Under the Silver Lake (2018)
Tras códigos ocultos y mensajes subliminales.
Sam está seguro que la cultura popular y los medios masivos de comunicación están plagados de códigos ocultos, una fuerza superior que más que determinar los gustos y las tendencias de consumo del mundo moderno, entraña un mensaje subliminal. Él pasa su tiempo entre videojuegos y cómics, mientras espía a sus vecinos desde el balcón de su departamento. No trabaja, ni parece estar interesado en hacerlo, quizás en un acto de rebeldía pasiva de mantenerse al margen del sistema.
Hasta que conoce a Sarah, su nueva vecina. Pero tan rápido como Sam y Sarah entablan una relación, ella desaparece al día siguiente sin dejar rastros; solo un símbolo extraño pintado en la pared y una caja de preciados ítems personales podrían conducir a ella. Sam se embarca entonces en la búsqueda del paradero de Sarah, a la par que las noticias locales advierten la presencia de un asesino de perros que ronda el barrio. Referencias abundan, y pistas encriptadas se esconden en los lugares donde transita Sam, submundos juveniles de alucinógenos y conciertos en cavernas donde una generación intenta encontrar su voz en el mundo. Del disco del grupo musical del momento a una caja de cereal con un mapa, las huellas del posible paradero de Sarah guían una investigación anti climática en túneles subterráneos tras el rastro de personajes crípticos, como el rey vagabundo o el compositor maestro. Anti climático porque resolución no hay, y lo que parece ser una pista, nada más levanta un sin fin de preguntas. Pero es aquí donde la radica la singularidad de Under the Silver Lake, en su carácter circunstancial y pesimista.
El ambiente misterioso y distorsionado de la fotografía de la película, con lentes que deforman los rostros, construye un enigma más amplio que la desaparición de actrices emergentes de Hollywood, o la repentina muerte de un magnate, en un tono oscuro y enervante que sostiene la incertidumbre hasta el último momento. Personajes irreales se materializan de las páginas de un fanzine, y sueños surreales se impregnan con ladridos perrunos y vísceras desparramadas. Quizás todo esté conectado, quizás no. Pero para Sam, es una conspiración a resolver, más importante que pagar el alquiler o recuperar su auto.
No son necesarias las explicaciones en este film; cuando todo está tan deglutido a una frase imperativa (comprá, llevá, aprovechá) la rareza persiste en las múltiples capas de interpretación que se desprende de los escenarios, sus personajes y sus diálogos irónicos. Y así como nunca se sabe lo que grita el loro de la vecina hippie de Sam, el desconcierto no se extingue con los créditos finales, tal vez un deseo nuestro de creer en las teorías conspirativas que podrían dar un sentido a la monotonía moderna y capitalista de trabajar todo el año para ganar los doce días de vacaciones anuales, un grito de desamor a la era que nos toca vivir. Porque lo que descubre Sam por el camino a veces oculta un mensaje, o a veces explota con la facilidad con la que un alfiler revienta un globo. Lo cierto es que el mundo absurdo y cautivante que ha construido David Robert Mitchell despierta lecturas sobre lo grotesco y lo descabellado, donde no encontrar sentido exige un nuevo sentido. Un verdadero purgatorio. A disfrutar la estadía.