Morgue (2019)
Cuando el susto es efímero.
El gran maestro del suspenso Alfred Hitchcock, cuyas películas hasta hoy en día no han envejecido, establecía una clara diferencia entre el suspenso y el susto. El susto, efectivo, directo, pero fugaz; el suspenso, tormentoso, agobiante, una angustia manipulada a gusto por el director y prolongada por el tiempo que él mismo deseara. El susto puede llegar a un sobresalto, pero en contrapartida, tan pronto como llega, se desvanece. El suspenso puede aferrarte a la silla en espera del instante catalítico que palie la tensión acumulada. Una efectiva combinación de ambas, dosificadas en menor o mayor medida, da como resultado el amplio género de terror, destinado a producir miedo en el espectador.
Morgue narra la historia de Diego, un guardia de seguridad, que tras un accidente traumático, es llamado a relevar el turno nocturno en el Hospital de Emergencias. Pero hay un cuerpo en la morgue cuya presencia posee directa relación con Diego y, a medida que va pasando la noche, sucesos paranormales lo encierran junto al cadáver.
La premisa cautiva y atrae. ¿Cómo lidia el protagonista con la culpa? ¿Qué hace para sobrevivir la noche de sus pesadillas? Más allá del repetitivo tiempo destinado a introducir el personaje en su dimensión social, que dicho sea de paso no confluye en la resolución de la historia, el problema reside en las interrogantes que se generan y las consecuentes respuestas que pretenden dar una explicación a veces muy rápido y otra veces, de carácter insatisfactorio e inextricable. Por momentos, Diego es inmutable a las presencias paranormales que le acosan; al percibir un ser arrinconado sobre el gabinete de su oficina, una vez superado el susto de la situación, regresa a sus labores de la misma manera que cuando nota que la guampa se mueve sola, nada más la tira y vuelve a vigilar pantallas de seguridad. Porque el susto, como hemos explicado, es efímero.
Cuando Diego queda atrapado en la morgue, una seguidilla de sobresaltos agotan con velocidad las posibilidades de conducir el personaje a la locura. En vez de dilatar la tensión al máximo hasta llegar al clímax, recurre a personajes que rellenan con acciones el espacio y el tiempo, en detrimento del aspecto tenebroso inherente al lugar. Y es aquí donde las preguntas se suman, y las respuestas se ignoran.
Morgue posee los ingredientes puntuales para una efectiva película de terror: miedo, susto y suspenso, y hasta un trasfondo de culpa y redención. La falla deriva en la dosificación de dichos elementos, y en la desarticulación gradual que va en aumento a lo largo de la estructura narrativa. Por más que la puesta en escena y el manejo de cámara responde con efectividad a las convenciones del género en una fotografía que incomoda, que anticipa, y que construye el miedo, el uso reiterativo de los mismos recursos (las llamadas a los celulares, la luz que parpadea, las ventanas que se abren y cierran de golpe) diluye el vigor de la premisa. Quizás el encierro llegó muy pronto, siendo que afuera existían aún elementos para explotar la trama, quizás el encierro delimitó un espacio malgastado. Lo cierto es que al final un remate directo y sencillo cae enredado sobre sí mismo.
Del epílogo, no se hace mención, ya que el mensaje moralista sobreimpreso en la pantalla es absolutamente innecesario, al igual que la escena post epílogo descriptiva que puntualiza la relación de la muerte con la morgue. ¿Un poco obvio, no?