Los muertos no mueren (2019)
Ironía y extravagancia entre los muertos vivientes.
Los géneros cinematográficos son categorías que permiten la fácil asociación del espectador con la película según temática y narrativa, una codificación familiar ya conocida que ha sido construida a través del tiempo por la industria del cine. Estas categorías sirven para etiquetar los contenidos de una película, y, en cierta manera, predisponer al espectador a una serie de expectativas en torno al relato, ya sea por el tipo de personaje, los escenarios, el tono, o la trama. Es un contrato con el público que funciona como guía y permite el fácil reconocimiento de los códigos narrativos y temáticos presentes en la película.
El cine de zombies es considerado como un subgénero de las películas de terror, cuya característica principal es la presencia de los muertos vivientes que acechan y apeligran la vida de los protagonistas. Pero los géneros pueden combinarse o sufrir mutaciones, como ocurre con la última película de Jim Jarmusch titulada Los muertos no mueren del año 2019 en la que el director añade su excentricidad característica a un relato ya conocido.
Cuando el eje de la tierra rota, una serie de alteraciones biológicas naturales y fenómenos extraños como rayos lunares tóxicos despiertan a los muertos del cementerio del pueblo de Centerville, Pennsylvania, un lugar tranquilo con una población de apenas setecientas personas que a lo largo de la película se irá reduciendo considerablemente. Los protagonistas de la historia son dos policías, el jefe Cliff Robertson y el oficial Ronnie Petersen quienes patrullan las calles del pueblo y sus lugares icónicos que serán los escenarios de la historia: el motel, el parador, la estación de servicio, la casa funeraria y el centro de detención juvenil.
Mientras que Cliff alberga la esperanza que la situación se revierta, Ronnie no para de repetir que todo esto terminará mal. Los demás habitantes son una mezcla particular entre características opuestas; a personajes cotidianos como el granjero, la mesera, el ermitaño, Jarmusch les añade un aderezo de extravagancia único propio de su cine sorprendente. Tenemos así por ejemplo a Zelda, la recién llegada y encargada de la casa funeraria local que prepara los cuerpos como para una fiesta en La Fábrica de Andy Warhol y rebana cabezas con su espada de samurái, o Bobby Wiggins, el chico de la estación de servicio que vende objetos de colección de culto y sabe muy bien cómo matar a los muertos vivientes, fruto de su impresionante cultura cinematográfica.
Pero Los muertos no mueren es más comedia que una película de terror. Si bien cada uno de los personajes reacciona de manera diferente frente al fin del mundo, algunos se encierran y otros gritan, ninguno parece tan alterado por el horror de los cuerpos descompuestos. Los rostros impasibles de los policías o de los turistas hipsters se emocionan más cuando escuchan la música Los muertos no mueren de Sturgill Simpson, que frente a la inevitable muerte, pues como bien lo dice Ronnie es el tema principal de la película. El ritmo de la historia parece ceñirse al compás repetitivo y sereno de la melodía, pues la trama no se interesa por hacer avanzar los eventos clave y en la reiteración subyace un humor negro que provoca más risas que sustos.
Los muertos mastican vísceras como si fuera comida chatarra y gravitan en torno a aquello que hacían o que les obsesionaba cuando estaban vivos. Así, ciertos muertos se amontonan frente a la farmacia, otros con celular en mano buscan una mejor señal de wifi y los niños se atiborran de caramelos y carne humana frente a la tienda de dulces. Jarmusch aprovecha el hambre voraz de los zombies para plantear interrogantes sobre aquello que consumimos con tanto fervor y que nos drena de vida pero que al final nunca nos sacia; para él, los muertos vivientes representa a la sociedad de consumo en plena decadencia putrefacta.
Las referencias cinematográficas abundan en la película, como la remera de Nosferatu y los guiños a la figura de George Romero, director considerado como el creador moderno del cine de zombies que se inició con su película La noche de los muertos vivientes del año 1968. Antes de Romero, los zombies eran nada más que personas controladas por un maestro mediante prácticas del vudú; ni estaban muertos, ni comían carne.
El metacine, entendido como un término que hace referencia al cine dentro del cine, adquiere una nueva dimensión al interactuar de manera indirecta entre el director, los personajes y el espectador. Pero más allá de las referencias e incluso autorreferencias, en Los muertos no mueren existe en los personajes mismos y en la manera en que dicen sus líneas de diálogo una consciencia omnipresente de estar dentro de una película, lo cual quiebra aún más las barreras del género y del propio cine, y, en última instancia, ofrece una recompensa audaz sobre el trágico desenlace.
La cuarta pared es un concepto que proviene del teatro, donde el actor está rodeado de tres paredes, dos laterales y una trasera, siendo la cuarta la que se establece entre espectador y actor. “Romper la cuarta pared” es una expresión que se utiliza cuando el personaje mira al público, le dirige la palabra o bien le hace cómplice ya que así se rompe aquella ilusión de la realidad ficticia y esa pared imaginaria entre actor y espectador se quiebra. Aquí, Jarmusch desdobla esa barrera, y propone una interacción indirecta que se da entre el director, los personajes y el espectador, y el recurso cómico utilizado para hacerlo es un indicio más de su talento.
Jarmusch ha dirigido su propia interpretación del género western con Dead Man de 1995, ha mezclado el hip-hop con gansters y un samurái en Ghost Dog, el camino del samurái de 1999, y también ha relatado el horror propio del género de vampiros pero escondido en lo mundano y en la tristeza con Solo los amantes sobreviven del 2013. El humor de Los muertos no mueren cobra vida con los zombies gracias al ingenio de Jim Jarmusch quien rompe las reglas de los géneros a su voluntad y los conjuga con elementos ajenos para ofrecer un relato imprevisible teñido de rareza y quietud, atípico en las películas de zombies.