Sinónimos (2019)
Colérica. Frenética. Exasperante.
Abominable. Fétido. Horripilante. Repugnante… malvado. Son tan solo algunas de las palabras que Yoav, un ex soldado israelí, utiliza para describir su país de origen. Recién llegado a París, él espera convertirse en francés lo antes posible, y a cualquier precio, sea que tenga que pasar la noche en un departamento vacío al borde de la muerte, o posar desnudo para satisfacer los fetiches de un realizador de películas pornográficas. Pero la ira de este joven expatriado es tal que alimenta como un combustible inagotable su único propósito: adoptar la nacionalidad francesa.
Para hacerlo, Yoav se despoja de su lengua, de su religión y de sus costumbres, como si fueran meros objetos que ya no caben más en la mochila. Hablar francés y estar en Francia es un consuelo físico del absceso que lo carcomía, y cuando un infortunio lo deja desnudo y sin ninguna pertenencia, él renace amputado de su pasado. En este trajín de supervivencia y escasez, de comidas enlatadas y fricciones con la embajada israelí, sumado a las dudosas intenciones de una pareja que le ofrece cobijo, quizás lo único que Yoav tenga sean sus historias que afirman y reafirman la incertidumbre de sus planes futuros más allá de obtener un nuevo pasaporte.
La cámara brusca, tosca, dirigida hacia el suelo, replica su andar obstinado por las calles parisinas que ignoran su presencia mientras que Yoav, siempre con la vista al piso, recita como mantra los sinónimos del día: devorar, deglutir, engullir. O, si el hambre es crónico, croissant. Croissant de manteca, de chocolate, de almendra. Así como se rehúsa a hablar en hebreo, él se niega a levantar la mirada y acatar los paisajes que son, y quizás serán, su nuevo hogar. El rechazo a ser seducido, o ser engañado, irónicamente persiste en la búsqueda de apoderarse de aquello que hace francés a un francés. ¿Será una fecha importante? ¿El himno nacional? ¿Los nombres de los presidentes? Afuera, él no se detiene un segundo. No deambula, huye. Y la imagen, colérica y nauseabunda, alude la tensión propia de un campo de guerra.
Tal vez sea ingenuo pretender desprenderse de un pasado que atenta siempre con volver a germinar; sus mismas palabras evocan recuerdos que paralizan este limbo de escape temporal que ofrece por de pronto su ubicación geográfica. En esta lucha frenética entre el dolor y el odio, la nacionalidad es un demonio, un fantasma, y su única protección es un diccionario que actúa como blindaje y ariete a la vez, porque el repudio hacia la pertenencia a un país no significa la receptividad del otro, ni implica una adaptación sencilla.
En Sinónimos (2019), película basada en las propias experiencias vividas por el director Nadav Lapid, la resistencia y la agresión de las palabras se traduce en conflictos personales y políticos que atacan el concepto de estado, pues el relato intenso e impredecible solo evidencia un síntoma de este mundo infectado por un incipiente nacionalismo violento que olvida que al final somos todos seres humanos.