Fuego en el mar (2022)
Grietas en la memoria.
Fuego en el mar inicia con una explosión: al ruido abombado del interior de una sala de máquinas le sucede un estallido silencioso. De pronto, el fuego brota del mar y se extiende al cielo, cada vez más grande, cada vez más incontrolable. A medida que las llamas se propagan sobre el agua, las palabras del director Sebastián Zanzottera narran un accidente. El 2 de julio de 2021, la ruptura de un gasoducto en el golfo de México produjo un incendio de magnitudes catastróficas. El evento abre heridas antiguas, como si la grieta por donde se escapa el gas dejase fugar también la memoria. Es así que el infortunio invita al sueño, y el sueño, a su vez, convoca recuerdos y miedos que arrasan la imagen, a veces, dejando a su paso focos de incendio, otras, apaciguando dolores fantasma.
Como la piel cicatrizada que viste las señales del tejido dañado, la imagen es una imagen incompleta, truncada o alterada. Hay algo que falta, que se ha perdido y cuya ausencia se remarca en el desborde. En las tomas aéreas del accidente, el brillo de las llamas excede la imagen; el blanco copta al naranja y anula los contornos. Del material de archivo, el relato se sumerge al interior de una plataforma bajo agua donde las chispas brotan sobre el agua. El modelo digital de las instalaciones exhibe sus desperfectos. La cámara atraviesa paredes y sólidos, pero cuando los objetos se escurren del plano, bajo la superficie tridimensional queda solo un vacío, la ilusión desnuda de profundidad. La rareza de la toma responde a las intenciones de quien navega con frenesí a través de los gráficos. El cursor se arrastra, se detiene, gira hacia arriba y agujerea el espacio como si estuviera hurgando la escena en busca de pistas pero sin saber por dónde empezar a soldar las hendiduras.
La naturaleza de las imágenes discordantes es un fuego en el mar, un enfrentamiento entre soportes contradictorios que dialogan en la oposición y en el deterioro. La recreación digital pretende regenerar mediante la técnica algo que ya sucedió, mientras que el registro testimonial evoca un pasado anterior, donde el padre del director era un engranaje más dentro de la maquinaria de explotación petrolífera. En las fotografías analógicas, Zanzottera fragmenta los cuerpos en detalles gestuales, el modo en que las piernas se erigen en postura, la rigidez de las manos en descanso o la pose casi heroica de los obreros frente a una planta de gas y petróleo en medio de la estepa argentina; el oficio embebe sus mandatos de masculinidad sobre los cuerpos. Las huellas del pasado palpitan en las texturas desgastadas de la imagen fotoquímica. Las fotografías carcomidas por el olvido, los rasgones, la humedad y las manchas, ostentan el paso del tiempo y acogen la impresión de un sentimiento pasado.
El espacio es un paisaje de caños y de tanques. Aquí, no es el hombre el que opera la máquina, sino la maquinaria la que somete al hombre. Dentro de la estación, ciertos objetos como un guante, un casco o una manzana mordida, recuerdan la presencia humana en este ambiente inhóspito. Los documentos testimonian los achaques del capital sobre el obrero. Palabras sueltas vociferan con la violencia de un plano detalle las injusticias de un sistema que empuja a los cuerpos al desgaste extremo. La tinta indeleble se esparce sobre el papel, tacha y sentencia, al igual que la herrumbre de una presilla oxida una condena, sea un despido injustificado, las cifras de una deuda impagable o las condiciones de un trabajo insalubre. En Fuego en el mar, la muerte llega en silencio, una duda que zumba en los oídos.
A medida que el agua inunda los espacios que alguna vez ocuparon los trabajadores, la ausencia del padre de Zanzottera colma el cuadro. El daño trasciende al presente y las cenizas ennegrecen las dinámicas afectivas familiares. Los bloques de hierro naufragan en el mar, se hunden y desaparecen de vista, pues las políticas de la industria del combustible ahogan a quienes renuncian cuerpo y espíritu bajo la falsa promesa de heroísmo y sacrificio, valores nacionalistas perpetrados por el estado capitalista. Al final, la calma inunda la imagen. El humo desaparece, se escuchan gaviotas a lo lejos, quizás porque lo anterior fue una pesadilla, o quizás porque caímos en otro sueño. Mientras las olas rompen al infinito, una pregunta última se escribe sobre el agua y traza una grieta nueva sobre la correlación entre masculinidad y explotación. Por suerte, aún existen ciertas cosas que el extractivismo no puede explotar.