VIS: Correspondencia (2020)
Un intercambio epistolar entre las cineastas Carla Simón y Dominga Sotomayor escriben las imágenes de Correspondencia, una obra que enlaza el cine con la vida privada de ambas mujeres y trasciende hasta el ámbito social y político. El punto de partida del relato es la muerte de la abuela de Simón. Mientras ella recorre los vacíos del hogar en pleno proceso de ser desmantelado, ella describe la aflicción de su ausencia, y una preocupación por el devenir de las futuras generaciones de la familia. Sotomayor contesta con un material de su abuela jamás editado, y a partir de ahí, las respuestas se tornan en preguntas, y de éstas, a su vez, se desprenden otras tantas.
En Correspondencia es el impulso de filmar lo que conduce a ambas directoras en una escritura cinematográfica libre y errante, despojada de cualquier estímulo que no sea espontáneo. El flujo de emociones y pensamientos se desliza sobre las imágenes grabadas y las palabras que se vuelven imágenes en el cuadro, con un tiempo, una cadencia, y un ritmo de lectura dirigido. Simón se observa al espejo y registra el reflejo de su imagen, en un gesto de conocimiento y descubrimiento personal del mismo modo en que Sotomayor incorpora registros ajenos a un torrente visual propio.
Las fotografías analógicas de Simón y el fílmico recuperado por Sotomayor son documentos que emanan un rastro de lo real, sea de un tiempo histórico o de un pasado compartido. Al exponer una película perdida, al editarla, y volver a grabarla, se construye una suerte de ensayo generacional que pone en diálogo un tiempo con el otro, como si dentro de una carta hubiera otra que hablase sobre lo perdido en cada toma. Entre el fílmico y el digital, los granos se vuelven pixeles, los movimientos adquieren una fluidez distinta, y los espacios y los personajes también son otros. Pero en esta manipulación de las formas, hay algo que persiste en el montaje, la espera y el encuentro, tanto dentro del cuadro como entre las tres generaciones de mujeres, abuela, madre e hija. Por su parte, Simón filma con una cámara super 8 los rostros y las voces superpuestas de las mujeres de su familia. En la imbricación de retratos y palabras, afloran las similitudes y disparidades en un collage biográfico que aprehende la identidad de la directora.
Correspondencia acorta las distancias físicas y temporales. Por un lado, a pesar de habitar espacios geográficos distintos, cada una enmarcada dentro de un contexto diferente, la distancia entre ambas directoras encuentra uniones en inquietudes semejantes, como los lazos maternales o la posibilidad de forjar una familia y hacer cine a la vez. Por otro lado, la apropiación de formatos y soportes disímiles indaga sobre la materialidad del cine, y la posibilidad de erigir un presente a partir de un pasado conservado, que adquiere una nueva significación y un nuevo tiempo. Decía Jean Epstein que ante el tiempo uno se enfrenta a una impotencia pasiva, ya que somos incapaces de manipular el tiempo, frente a lo cual el cine logra mostrar el mundo de un modo distinto. Aquí, el pasado se resignifica con historias ocurridas que se evocan en un presente compuesto de recuerdos que se rememoran una y otra vez. Ante una nueva memoria, una nueva identidad.
El cine posee una relación estrecha con la vida de ambas mujeres, tanto así que la vida pareciera solaparse al cine, y el cine, a su vez, una manera de vivir. Un sueño y el estallido social chileno de octubre del 2019 propaga lo íntimo al ámbito social y político. ¿Se puede pensar en tener hijos o hacer cine cuando afuera la policía asesina a jóvenes? Sotomayor sale a las calles y se pierde en el humo, al igual que una grabación casera se disipa entre los árboles con aquel incendio que se había llevado la comuna donde creció en los años ‘90, cuando la alegría precipitada de un futuro democrático perfumaba el ambiente. Cine y realidad se entrecruzan, así como los sueños de Simón invaden las imágenes, en un movimiento persistente que ondula sobre el cuerpo y las experiencias. Correspondencia es una carta a una misma, que se mira en la mirada de otras, y es una carta al cine como acto político en la creación activa de pensamiento y confrontación. Tal vez sea difícil distinguir qué es heredado y qué es aprendido, pero siempre estarán las imágenes para enfrentarnos al tiempo y al espacio en las que se han configurado.