108 Cuchillo de palo (2010)
Grietas en el río.
El Palacio de los López, también conocido como el Palacio de Gobierno, es, como todo edificio sede de su gobierno, una edificación emblemática de la capital. Los turistas hacen la parada obligatoria frente al monumento, algunas parejas de recién casados aprovechan el jardín para una improvisada sesión fotográfica y cuando se rememora una fecha patria, la iluminación proyecta una bandera sobre la fachada, un símbolo sobre otro símbolo, la reverberación visual de una lógica identitaria dominante. Lo que por mucho tiempo se desconoció, es que el frente del Palacio es en realidad el otro lado, el que se encuentra mirando al río. No obstante, la tradición subsistió este descubrimiento.
Asunción, tal como lo afirma Renate Costa, es una ciudad construida de espaldas al río, encima de una historia turbulenta pero contenida bajo toneladas y toneladas de hormigón. Asunción es también una ciudad sin memoria, donde los patrimonios históricos y planes de ordenamiento territorial se hacen y se deshacen con la misma facilidad y rapidez con la que se deforestan millones de hectáreas. Pero cuando la lluvia es tan intensa, ni el pavimento fresco ni el último recapado es capaz de contener el cauce de los los arroyos que desbordan y generan cráteres del tamaño de la caperucita roja, el Chevrolet Custom 10, gentileza del gobierno de los Estados Unidos utilizado para trasladar a los presos políticos durante la dictadura de Alfredo Stroessner. Es, en estos huecos, que obligan a uno a desviarse del camino, donde brotan los desechos ocultos de una historia.
En 108 / Cuchillo de Palo, Costa abre una grieta en su historia personal y obliga a aquello que está de espaldas a darse la vuelta. Tras una vista de Asunción desde el río, ingresamos al cuarto del padre de la directora. Él ingresa al cuadro de derecha a izquierda, en un movimiento que sugiere un regreso en el tiempo, o al menos, no avanza. Recién cuando se sienta en el balcón es posible distinguir su rostro con claridad, un poco incómodo frente a la intromisión de la cámara con miradas que cada tanto se ven atraídas por el aparato. De la misma manera, la primera vez que vemos a ella, es de espaldas, cuando ayuda a su padre con los quehaceres del hogar. Compartir el encuadre y presentarse del mismo modo, es un gesto de imitación involuntaria que revela una fragilidad compartida.
Huir y callar o callar para no huir, como únicos modos de supervivencia de cualquier pensamiento divergente durante la dictadura aún persiste en el comportamiento de las personas entrevistadas. Las vecinas de Rodolfo alegan desconocimiento de las extrañas circunstancias en torno a la muerte del tío de Costa, y no se atreven a conjeturar hipótesis alguna. En vez, van a la misa. Por su parte, los amigos y conocidos de Rodolfo optan por permanecer fuera de cuadro o con una iluminación oscura que dibuja apenas sus siluetas, previa aprobación en cámara por ellos mismos. El miedo al rechazo es una herida que hasta hoy supura pus en silencio mientras algunos fanáticos siguen celebrando el cumpleaños del dictador. Hacer frente a este temor intangible es dar voz a sus relatos, por más que la cámara se apague en medio de una conversación, y es recuperar una lista extensa de nombres, por más que se evite leer su contenido.
Las fechas patrias se perpetúan porque sostienen la identidad hegemónica, pero existen otros números que es mejor borrarlos para siempre. Aquí, ese número maldito es el 108, ubicado adrede en la gráfica de la película como un recordatorio indeleble. A través de una cámara de 8 mm, Costa registra los últimos vestigios de la cifra utilizada como insulto hacia una persona homosexual, en referencia a una lista elaborada por la policía para perseguir y hostigar a quienes ellos consideraban de “dudosa moral” por la única razón de su orientación sexual, y que por ende suponían un atentado hacia los pilares del sistema opresor: Dios, patria y familia. Cuando estaba en el colegio, recuerdo que era un número a evitar, la página del libro que nadie quería leer, y que de alguna u otra manera conducía a la burla. También recuerdo que si uno se perforaba la oreja izquierda, era una declaración abierta de su homosexualidad -¿o era la derecha?-, y por ende, motivo de rechazo. Y ya no un recuerdo, sino un hecho, hace un par de años, la Corte Suprema de Justicia rechazó la solicitud de la organización Somos Gay de una chapa personalizada con la inscripción GAY 108. La prohibición expresa de utilizar dicho número por un supuesto amparo hacia quienes podrían tenerlo, ya sea en las chapas, en los números telefónicos, o en la numeración de la casa, no es más que una censura que pretende omitir un episodio de la historia. Decirlo y portarlo, es un gesto de resistencia.
El regreso de Costa al hogar paternal contrapone su mirada con la de su padre, quien se resiste a aceptar los horrores vividos por su hermano durante la época de la persecución. El enfrentamiento ocurre en un espacio íntimo, en los lugares donde Costa pasó su infancia. Pero 108 / Cuchillo de Palo confronta no solo una persona con la otra, sino una generación con la siguiente, la que sobrelleva el trauma de una época, y los hijos de ese pasado. Las discusiones suceden en un mismo plano, ambos parados o sentados cara a cara y encapsulados por el cuadro. Si la textura granulosa de las fotografías analógicas de Rodolfo trazaba una distancia entre un pasado y un presente, aquí ella mira el reflejo de su pasado y los mecanismos de poder que lo sostuvieron para erigir un presente de frente.
Al final de la película, Costa regresa al río, ya no como espectadora silente en un estado reflexivo, sino en compañía de su padre y con un paisaje de fondo distinto. Los lugares que habían poblado el relato, ahora dotados de una memoria personal y colectiva, adquieren un nuevo significado. Mientras la cámara se retira de la lavandería con un movimiento que poco a poco reduce el cartel en tamaño, 108 / Cuchillo de Palo proyecta un futuro libre de paradojas, donde los gestos de apropiación ocurren a viva voz y a plena vista, donde la tensión es inherente en la construcción de la memoria y de la identidad, solo falta ponerle un poco de agua.