Intimate Distances (2020)
Mirando de cerca con los oídos.
Estoy en la pista de baile, anuncia un mensaje de texto enviado que se lee sobre una imagen de personas en la calle. Al rato, esa misma esquina vista desde un ángulo más grande revela la locación: una intersección transitada de algún barrio de Nueva York. Estamos en Queens, en pleno centro comercial. Los autos no se detienen, las personas se mueven de un lugar a otro y el flujo es incesante. Entre los semáforos de la calle, el ruido del tráfico, y la abundancia de carteles publicitarios, desde lejos, se distingue la figura de una mujer mayor, que a diferencia de las demás personas, pareciera estar buscando algo o a alguien. La mujer, de nombre Martha, recibe un mensaje con una dirección, y, obedeciendo, pareciera dirigirse ahí. Camina, se detiene, se mueve un poco y vuelve a donde estaba. Recibe otro mensaje, espera y observa. Nada más pregunta, narra una voz en off, como si estuviera anticipando nuestras interrogantes. Incógnitas hay muchas, como por ejemplo saber con quien intercambia mensajes, pero nada de esto es tan relevante como las preguntas que ella empieza a hacer a los desconocidos a su alrededor.
Las conversaciones entre la mujer y los extraños parecen cumplir una misma fórmula, y pese a una errónea suposición de ventura, ellos le conceden su petición. La charla inicia de modo casual, con un cumplido sobre el aspecto físico del otro y sobre cómo él le llamó la atención a ella por sobre los demás transeúntes. Tras haber superado la rigidez inicial, que nunca rebasa los límites de la cordialidad, con el permiso del entrevistado, Martha arroja una segunda pregunta, bastante más personal que la primera, que indaga sobre las decisiones que tomaron en su vida, los límites de lo que son o no capaces de hacer y si alguna vez se encontraron en aquel punto en la vida donde uno está dispuesto a hacer lo que fuera.
Sobre estas imágenes, la voz en off cada tanto interrumpe y narra la desgracia de caer preso por equivocación y la subsecuente vida en el encierro. En su testimonio, tal vez solo suyo o de varios como él, emerge una crítica a las instituciones penales, al modo de reprender con violencia y el aislamiento absoluto de las personas que se ven privadas de contacto humano. Intimate Distances cuestiona la noción de espacio, y rechaza la idea de que intimidad implica cercanía. Por un lado, observa de lejos y escucha de cerca, y por el otro, escucha de cerca un relato que sucede en otro espacio. Las voces no se conocen, pero dialogan en el cuadro sobre un paisaje urbano conformado por la gente más que por la infraestructura.
Las personas a las que Martha interroga son hombres jóvenes, para quienes quizás su presencia no supone amenaza alguna. La identidad de los entrevistados se va desmenuzando a partir de sus respuestas, y alguna que otra sonrisa que la cámara logra adueñarse. La personalidad de Martha induce un espacio de cobijo entrañable al que ambos ingresan por un breve instante. Esa barrera intangible entre un desconocido y el uno se desmorona en el simple acto de escuchar, de permitir una suerte de complicidad transitoria donde las confidencias no son juzgadas sino consideradas. Pero el intercambio no solo se da a través de la palabra sino mediante la quietud de los propios cuerpos que al detenerse para hablar suspenden el bullicio exterior y empiezan a relacionarse con gestos y expresiones del rostro.
¿Acaso es relevante saber que esa mujer es una directora de casting y que está buscando a un actor que interprete a un criminal? ¿O es un pedazo de información superfluo frente a la palpable honestidad que la mujer canosa suscita? Y aquí emerge la belleza sublime de Intimate Distances, que encuentra un abrazo entre dos personas que no se conocen o una sonrisa de gratitud que se escapa de paso, porque en esos intercambios tan efímeros como temporales, se vislumbra -sin buscarlo- la fragilidad del ser humano y la necesidad de confiar del otro casi a ciegas.
