Local Hero (1983)
El negocio más esperado.
Mac, un empleado de una compañía petrolífera, es enviado a un pueblito de Escocia para adquirir una gran extensión de tierra. El negocio es bastante simple: llegar, concretar y cerrar el trato. Sus trajes bien planchados y su oficina situada en la cima de un rascacielos no hacen más que evidenciar un carácter pretencioso que rige las actitudes de su entorno laboral y quizás de la clase joven media-alta a la que pertenece, aquella ansiosa por aumentar sus ingresos sin saber siquiera en qué gastarlo. Mac proyecta una imagen de hombre exitoso y adinerado, pero está tan solo que es incapaz de conseguir compañía el día antes de su viaje. A lo largo de Local hero la codicia será erosionada por las maravillas naturales del pueblo costero dejando visible la fragilidad de la soledad que lo acobija.
La llegada del americano a Ferness, el pueblito escocés, encuentra a dos personajes distintos en apariencias, pero iguales en intenciones. Por un lado, Mac, el elegido por la mesa directiva por sus supuestos orígenes escoceses, y por el otro Gordon, el contador y una suerte de representante local en las negociaciones. En Local hero, la empresa petrolera es una entidad megalómana interesada en la explotación de los recursos naturales que a sus ojos están siendo custodiados con recelo por la naturaleza. Como buen colonialista, la corporación se siente en pleno derecho de comprar lugares de interés que adquiere con tanta facilidad como si estuviera comprando una barra de chocolate. Lo curioso es que en el pueblo cada uno de los habitantes está en plena consciencia del plan, y no ofrecen resistencia alguna. Están tan despojados de cualquier sentimiento nostálgico por su lugar de origen que como espectadores somos ridiculizados por nuestros propios prejuicios.
Si bien Mac sugiere ser la encarnación de ideales norteamericanos de conquista y acumulación de capital donde el valor del éxito se mide por el modelo de auto que maneja, Local hero no presenta conflicto alguno entre él y los escoceses. Me solían dar migrañas manejar un Chevy, Mac confiesa a Oldsen, su secretario escocés, cuando éste le comenta su facilidad con los lenguajes. Cuando se siente incómodo, Mac no puede hacer más que presumir su estatus socioeconómico ya que es la única manera que conoce de socializar con otros, para bien o para mal.
Uno pensaría que la presencia del foráneo sería recibida con hostilidad o que supondría una resistencia por parte de la gente local. Las reuniones clandestinas en la iglesia apuntan hacia un complot organizado, pero, sin embargo, los hombres con maletines son nada más que ceros en un cheque, y postergar el acuerdo es agregar una cifra más al número ya inconmensurable. En un principio, Mac se pasea por las calles (o mejor dicho, la calle principal) como un típico turista. Compra pasta dental, visita el muelle y se reporta a Houston con llamadas diarias que realiza desde la cabina telefónica ubicada frente al bar. Pero la impaciencia aumenta cada día que pasa, y la confianza de los pueblerinos depositada en Gordon se va diluyendo. Tanta espera pareciera sugerir que las tratativas de la compra están puestas en pausa, y en cierta manera lo están, porque la compra nunca llega a concretarse, ni siquiera se define si el pago será en dólares o en libras.
A medida que transcurren los días de espera, las caminatas en la playa se vuelven más frecuentes hasta que las olas y la arena conforman el escenario preponderante de la historia. Local hero observa los exteriores ya no con indiferencia sino con pura fascinación por los colores que arroja un atardecer o por los destellos luminosos de una lluvia de meteoritos, algo insólito tanto para nosotros como para un citadino acostumbrado al cielo infectado por la contaminación visual. Mac se deja de afeitar y reemplaza el blazer de su traje por un buzo de lana beige más acorde al clima y en combinación con la moda local. Por descuido, mientras juntaba caracoles, la marea alta lleva consigo su reloj alarma y con este objeto su estricto horario estadounidense regido por reuniones y entregas de informes. El cielo está haciendo cosas increíbles, grita Mac por el teléfono al jefe de la empresa, el Sr. Happer, embelesado al ver la aurora boreal sobre el cielo de Ferness. Curiosamente, a pesar de haberse integrado al paisaje, Mac insiste con la compra de la playa, quizás en un intento desesperado de deshacerse de aquello que nunca podrá tener.
Cuando las negociaciones con el ermitaño que habita en la playa se topan en un callejón sin salida, solo el Sr. Happer podrá remendar la situación. Su arribo en helicóptero nos recuerda que Mac alguna vez fue él, de traje y maletín eléctrico, y que por más curtido que esté incluso por el humor local, cambiar su vida por la de Gordon es un sueño imposible. Al final de la película, Mac abandona la playa sin pena ni gloria ante la mirada agridulce de quienes aprendieron a estimarlo. La planta de explotación es ahora un observatorio, nadie tendrá que abandonar su hogar. En cierta manera el desenlace debería ser alegre, pero no es así. En su departamento, Mac vacía los bolsillos llenos de piedritas y objetos recolectados de la playa, y coloca fotografías sobre un tablero de corcho junto los demás recuerdos de su viaje. Pero este no fue un viaje más y su departamento se siente más impersonal que antes. El cielo en Houston es muy distinto al de Ferness y los ruidos de la ciudad ensucian la vista. ¿Habrá alguien del otro lado del teléfono que esté esperando su llamada o es él que espera una llamada en su nuevo hogar?