Les anges du péché (1943)
Hacia la absolución.
La secuencia inicial que nos introduce al convento donde se ambienta Los ángeles del pecado es una secuencia atípica. En medio de la noche, una monja hace sonar una campana. Puerta por puerta, despierta a las demás monjas. En su despacho, la Madre Superiora recibe una llamada y pregunta por aquel chofer tan alto y tan fiel. Un consejo selecto de monjas se reúne en privado y estudia un mapa. Hice un croquis para que el error de la última vez no se repita, afirma la Madre con orgullo, tras lo cual explica el plan. Habla de señas de luces, linternas y un ex boxeador, y asegura que no existe motivo alguno para tener miedo. Antes de partir, la Madre Superiora pide a las monjas una oración para asegurar el éxito de su empresa. Un lento travelling acompaña su salida mientras se retiran de la iglesia y atraviesan una reja de barrotes verticales.
Una vez afuera, dos siluetas negras se deslizan al interior de una cárcel. De un espacio cerrado a otro. En confabulación con los guardias, las monjas retiran a una mujer y la esconden de unos maleantes que la esperaban afuera. Si en el convento las rejas se abrían de par en par con la partida de las Hermanas, en este segundo espacio la cámara observa su arribo a través de ellas pues no se abren con tanta facilidad; aquí responden a otro dueño. Al salir a la calle, las monjas son perseguidas por unos hombres trajeados. Estamos fuera del convento y las reglas son otras, las cruces no pueden detener armas de fuego. La incertidumbre se apodera del relato, y el alto contraste visual evoca una película de cine negro con sombreros, gabardinas y pistolas.
Así como su nombre lo propone, en Los ángeles del pecado existe un lazo tácito entre cárcel y convento, ángel y pecado, donde las semejanzas y diferencias de ambos espacios están en permanente diálogo cuestionando la noción de encierro y libertad. Tal como en las escenas descritas anteriormente las monjas parecieran invadir un escenario que no es de ellos, dentro del convento sus protagonistas serán alteradas por la envidia y el recelo, emociones ajenas quizás a este ambiente impoluto. Con la llegada de Anne-Marie, una mujer pudiente que se interna en el convento, llegaremos a comprender que las monjas que allí residen son -en su mayoría- ex presidiarias y que las mismas Hermanas se encargan de rehabilitarlas. Al salir de la cárcel, las mujeres encuentran cobijo entre los muros silenciosos del noviciado, un lugar de perdón donde todas ingresan con los mismos derechos y compromisos religiosos. Pareciera que el periodo de libertad condicional tiene lugar en el monasterio, o mejor dicho, el monasterio es para muchas y si no la mayoría, el único lugar donde vivir libre, bajo la condición de entregar el cuerpo a Dios y ser admitida por las demás Hermanas tras un año de prueba.
De una celda a una pieza, en Los ángeles del pecado abundan las vallas visuales. Las sombras horizontales y verticales son una constante en la imagen, sean éstas producidas por una persiana, una baranda o los marcos de los ventanales. El blanco de la vestidura de las novicias se ve corrompido cada tanto por estas líneas que recuerda que existe un afuera y un adentro, y por ende hay mujeres como Anne-Marie que eligen esta vida y otras que lo usan como parte del plan de escape, como Thérèse, una mujer acusada de homicidio injustamente.
La fascinación casi obsesiva de Anne-Marie con Thérèse será el catalizador para una serie de conflictos y enfrentamientos entre las Hermanas, porque a pesar de la naturaleza de los espacios por donde transitan, la cárcel y el convento, la individualidad de una no puede suprimirse del todo. En la cárcel los nombres se reemplazan por números, y en convento, bajo la tutela de las madres, las novicias abandonan viejos hábitos para vestir otro tipo de hábito, una indumentaria que uniforma y que reduce, a la vez que impide la intromisión de cualquier rasgo físico que pudiera abrir el camino de la vanidad, pero los actos impulsivos como robar un espejo no pueden controlarse. En la cárcel, no todas las condenadas reciben la palabra de Dios con entrega porque también existen las acusadas por error, y en el convento no todas las mujeres practican lo que predican porque emergen rivalidades entre bandos, como si se forjaran pandillas.
En el convento, culpables; en la cárcel, inocentes. En este sentido, Los ángeles del pecado contrapone a estas dos mujeres incompatibles, Anne-Marie, la que renuncia a los privilegios de su clase para rescatar a otras, y Thérèse, la que se resiste a la salvación religiosa, y que obra en pos de la venganza. Para ella, la liberación es un ajuste de cuentas, con intereses incluidos. La obsesión de la hermana por rescatarla encuentra su rival en la resistencia de esta mujer problemática quien hace lo posible para librarse del hostigamiento de ella. El tormento que invade la comunidad no adopta la forma de gritos desesperados como lo había hecho en la cárcel, sino son acciones silentes, como el acariciar o no al gato o el tropezón que por descuido echa leña al piso. Los rituales parsimoniosos de las mujeres se ven alterados por cuchicheos en los pasillos y pequeños actos vandálicos que irrumpen la paz más allá del momento de intercambio de chistes inocentes.
Los lentos fundidos de transición entre una imagen y la otra fusionan los muros de la prisión con las paredes del convento como si fueran uno solo, barreras de protección frente a espacios hostiles de no aceptación. Los ángeles del pecado omite la existencia de una vida fuera del encierro porque la reclusión no es sinónimo de carencia, sino todo lo contrario. Por otro lado, los personajes secundarios a la historia, como el vendedor de armas o el amante de Thérèse son figuras desechadas que permanecen únicamente fuera de campo como una voz o una silueta desenfocada. Solo en contadas escenas se permite abandonar estos lugares, pero cuando lo hace las consecuencias son devastadoras. Cuando Thérèse es puesta en libertad, asesina al que la había incriminado; cuando Anne-Marie abandona el convento, se pierde en el bosque y cae enferma.
Los policías encuentran a Thérèse casi al mismo tiempo en el que una desahuciada Anne-Marie es atendida por las Hermanas. Los rectores de ambas instituciones se encuentran al fin en un mismo plano en el momento preciso en que sus protagonistas deciden librarse de los grilletes que las aprisionan. Para Anne Marie, la emancipación será en su muerte, con la proclamación del juramento que entrega su vida a las reglas del convento. Lo que en vida tanto había anhelado lo consigue mientras cierra sus ojos y cae en la cama. Thérèse, por su parte, quien debió completar las palabras del voto, abandona su secreto y baja las escaleras que la conduce a enfrentar su condena. Un travelling acompaña su marcha peldaño a peldaño, y la cámara desciende desde su rostro a sus manos que se cruzan para recibir la absolución, porque para ella, la salvación yace en la pena.
En el plano final, Los ángeles del pecado acaricia la libertad alcanzada a pesar del encierro físico porque para Bresson, la vocación espiritual es, en última instancia, el único camino aparente para la redención.