el viaje de monalisa

El viaje de Monalisa (2019)

Nicole Costa. Chile. 

El término decadencia se refiere a algo que cae, que va de menos y que según definición académica implica la pérdida de una fracción indefinida de aquellas condiciones que le otorgaban su valor como tal. Entonces, ¿por qué hablar de decadencia cuando es algo que a ciertas mujeres les toca vivir? ¿Por qué usar decadencia como un término peyorativo que separa a uno del otro? ¿Por qué uno se siente en derecho de considerar algo como degradante y bajo qué parámetros?, son preguntas que con enojo vocifera el personaje de El viaje de Monalisa en un encuentro festivo. Y del otro lado, no puedo evitar estar de acuerdo con ella, o al menos cuestionar mis propias ideas en torno a esta palabra divulgada como sinónimo de degradación. 

El viaje de Monalisa narra el encuentro entre Iván Monalisa y Nicole Costa, la directora de la película. Diecisiete años después de la partida de Iván a Nueva York, Costa contacta con él y lo acompaña en los trámites para la obtención de la residencia. Iván había llegado a la ciudad para estudiar dramaturgia, pero fue seducido por el ajetreo de la noche. Hasta hoy, nunca regresó a Chile. Fue aquí, entre pelucas y máscaras, taxis amarillos y clientes adinerados, donde él descubrió a Monalisa, ya que libre de prejuicios pudo navegar a través del mundo drag, el travestismo, las artes performativas, la prostitución y las drogas. De degradante, nada, sino todo lo contrario, el esplendor de una persona en plena aceptación de su identidad; tanto lo oscuro como lo resplandeciente residen en su cuerpo, y él-ella lo sabe.

El viaje de Monalisa mezcla fragmentos de textos escritos por Iván y cintas en VHS de las salidas de Monalisa con sus amigas con una serie de mensajes en off que Iván y la directora intercambian a lo largo de la película. A Costa casi no se la ve, pero su fascinación por Iván es palpable desde el primer mensaje que ella le deja en la contestadora automática.

Tal como Iván confiesa su adicción con hastío y un toque de humor, pero tampoco niega la adrenalina que le produce un encuentro con un cliente, Costa admite sin tapujos escenas que ilustran cada arista del carácter de Iván, desde una conversación íntima con su padre al consumo de metanfetamina. “Que feo esto que estamos grabando”, le dice Iván a Costa en un momento de la película, pero la cámara sigue filmando, por más que ciertos personajes recalquen lo obvio (“ella sigue filmando”) o se sientan descolocados al no visualizar la belleza exigida en las imágenes capturadas. Aquí, sujeto y artista, y un sujeto que es artista, trazan en conjunto un trayecto libre de tapujos que despierta curiosidad, como la trenza infinita que arrastra Iván por los paisajes cotidianos de la vida neoyorkina. 

Si en Monalisa residen dos espíritus, uno masculino y uno femenino, uno que pide prestado dinero cuando queda la calle y una que escribe “entre sniff y sniff”, en El viaje de Monalisa esta dualidad trasciende la imagen; a veces son palabras puntuales que evocan el miedo a la soledad o el peligro constante de muerte, y otras es un túnel pintarrajeado que actúa de pasarela glamorosa. Quizás los lugares negros de la vida no sean al final tan negros.

Parte de la selección de Competencia Internacional de largometrajes del FEMCINE 2020 – Festival de cine de mujeres

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