El Remanso (2020)
Sebastián Valencia Muñoz. Colombia. 2020
Una familia arriba a una casa abandonada en medio de la selva, una vivienda absorbida por la frondosa vegetación y los vestigios de un pasado desconocido. El ruido de una piedra que choca contra un pedazo de chapa es casi el sonido de una bala que invade el plano de unos bultos envueltos en plástico y que fugazmente desfilaron ante nuestros ojos tan solo unos segundos antes. En esta sutileza, donde las expectativas suscitadas se inmiscuyen con lo que hechos, radica la noción de que ciertos territorios son incapaces de separarse de su propia historia, sea una finca o un país.
El Remanso describe una tensión incómoda que se incrementa segundo a segundo pero que ignora el alivio del golpe evidente de un machetazo; aquí, la violencia actúa de otra manera, entre la anticipación y la evocación. Por un lado, en la agudeza de la omisión de los momentos catalíticos de cada escena, se construye una sensación de agobio exasperante, porque el desahogo nunca llega, solo corta a una siguiente escena. Así, la hija adolescente atisba a través de la rendija de una puerta sangre salpicada por la pared, pero no la vemos decir nada, o el niño deambula por los pasillos de la casa a punto de cortar a alguien, pero no llega a lastimarse.
Por otra parte, existe una violencia fuera de campo que acecha a sus personajes, como si la casa misma quisiera advertirles del peligro del lugar, y que cada tanto se materializa en forma de un objeto, ya sea un machete, una bala o un hueso. Una cámara en mano persigue a su personaje en busca de agua y al hacerlo revela que ahí no hay nadie más que él. Aun así, en El Remanso alguien parece estar siempre vigilando, pues el punto de vista se esconde tras los matorrales o bien contempla desde lejos en un plano tan abierto que la inmensidad del campo tupido pareciera esconder más que un secreto. El contraluz casi constante dibuja siluetas enigmáticas que se funden con las paredes de la vivienda a la par que los encuadres enmarcados por las aberturas confinan a la familia a vivir bajo las sombras; permanecer ahí es asumir un futuro incierto no muy distinto al de la casa misma donde un machete podría cortar más que un par de naranjas.