El despertar de las hormigas (2019)
Hormigas revoltosas.
Con esmero minucioso, Isa decora una torta de bautismo. Afuera, sus hijas corretean con los demás niños de la familia. Alcides, su marido, le pide un café. Su suegra, que se apure con el postre, pues los comensales están ansiosos. Su cuñada, que sostenga al bebé, un ratito aunque sea. Y que se apure con la decoración. Alguien comenta que el dibujo de la cruz está un poquito grueso, que el café tenía sal y hay que hacerlo de nuevo, y Alcides, que sería lindo tener un hijo. De pronto, Isa no aguanta más y en un acto sereno que apacigua las voces a su alrededor, sumerge las manos en el pastel y lo devora con el deleite que este acto de rebeldía repentina provoca. Pero es solo una fantasía; Isabel no ha hecho más que demorar la sobremesa del almuerzo con sus sueños diurnos.
En este ambiente fatigante, de reclamos y pedidos que la envuelven con sus ruidos, Isabel es ama de casa, madre y esposa, porque las condiciones culturalmente impuestas la sitúan a cargo del hogar. Por ende, ella vive sirviendo a los demás. Sus gustos poco importan, y lleva el pelo largo hasta la cintura tal como a su marido le place, por más que esto demande horas de cuidado intensivo. El agobio que tolera y que asume llega a su límite con la presión de Alcides por tener un tercer hijo, cuando ella hace malabares con el poco dinero que obtiene de su trabajo como costurera y que apenas le permite comprar un foco.
Esta reiteración desata en ella un acto de resistencia que se cuece a fuego lento mediante gestos de incomodidad que invaden la pantalla. Mientras las hormigas se entrometen a la casa en silencio, su larga cabellera pierde vigor y cae con el más mínimo tirón, sea la intromisión de la suegra en sus labores como madre o la imposición ya física de su marido encaprichado. Los insectos, que fastidian pero no pican, asedian los espacios pequeños y se vuelven una molestia cuando suben por las piernas de Isa, así como la opresión doméstica se agudiza cuando ella cae en realización que no tiene el poder de decisión sobre su cuerpo.
Así como Isa carece de voz, Alcides también es el producto de una crianza machista; la observación aguda y acertada de la directora sobre la relación del hombre con su madre y hermana son suficientes para percibir un factor más que inmortaliza esta idiosincrasia instaurada. Es posible intuir que las dinámicas internas del matrimonio en la película se replican en la mayoría de las familias latinoamericanas, y en todo el mundo también. Su apariencia mundana es lo que paradójicamente revela el carácter universal de la situación que describe el relato.
El despertar de las hormigas narra con naturalidad y sensibilidad el día a día de su protagonista puesto que se fija en los detalles más íntimos y familiares que conforman su vida cotidiana; los cubiertos sucios, los cabellos sueltos enredados en el cepillo, y los insectos que también habitan la casa como huéspedes no invitados se enfrentan al rostro cansino de Isa a través del cual se desdibuja la angustia, el disgusto o en contrapartida, el placer. Porque en este microentorno, pequeños actos emancipatorios como comprar una tela o disfrutar la sensualidad de un baile sin el obligatorio acompañante masculino, despiertan una lucha feminista en los estratos más inesperados, pues la revolución puede darse también los sitios más reducidos.
Escrita y dirigida por Antonella Sudasassi Furniss, El despertar de las hormigas sofoca sin ahorcar, y desespera con la cámara puesta en las miradas que ocultan mucho más de lo pueden decir. Bajo una lupa que enmarca la claustrofobia física y mental de Isa, se evidencia además cómo el patriarcado se ha instalado a la fuerza en los rincones más minúsculos y en las actitudes más rutinarias; cuando el no saber dónde están los vasos en la cocina se traslada al rechazo absoluto de los deseos de la mujer, la sociedad machista perpetrada no resulta tan inofensiva como los bichitos de luz. Y si prestamos atención, el cine de Sudasassi resuena tan fuerte como el despabilar inminente de las hormigas.
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