Lo que se hereda (2022)
Herencia invisible.
Cuando algo se borra, hay algo que queda detrás. Quizás sea el trazo casi invisible de la tinta que manchó el papel. O los residuos grisáceos del borrador que se llevan consigo el grafito. A veces, queda el contorno de un borrón, apenas perceptible pero presente. Es que borrar deja una huella. Siempre. “Los recuerdos de mi infancia están desapareciendo”, admite la directora, y ante esta fuga incontrolable, una cámara y una claqueta indican el inicio de una búsqueda que se permea hacia el futuro, como un rastro que se imprime y asegura su existencia. Dirigido por Victoria Linares, Lo que se hereda parte de un miedo personal al encontrar en su genealogía a un primo segundo ya fallecido y con el que comparte mucho más de lo que en principio esperaba.
La película no es sobre la vida de Linares, ni tampoco sobre la vida y muerte del documentalista dominicano Oscar Torres, sino un ensayo metacinematográfico construido a partir de fragmentos de aquello que ya no existe más, como una conversación telefónica que admite no saber mucho, una grabación de archivo de noticias mal catalogada, un álbum de fotografías que casi se convierte en cenizas. Son estas piezas cargadas de ausencia las que moldean no solo el trayecto de exploración, sino además la propia identidad de la realizadora que se va dibujando en cada puesta.
Lo que se hereda prescinde de datos históricos. Las fechas y nombres quedan desplazados a los márgenes del relato para indagar sobre las posibilidades de cómo fue la vida privada de Oscar, algo que nadie conoce. Los conflictos políticos, la ideología manifiesta en sus películas y el secreto de su preferencia sexual traslada la mirada del ámbito público a lo privado. La historia política de República Dominicana durante la dictadura de Rafael Trujillo, que condujo a Oscar al exilio en Cuba, pronto se diluye con los movimientos de izquierda y su identidad queer, siendo esto último el motivo que, Linares intuye, tuvo su influencia en la exclusión del primo de la historia familiar. Al ser borrado de los archivos, tanto familiares como públicos, la falta de archivo exige la creación de un nuevo archivo, uno distinto, uno que pueda desplazar la aparente veracidad (y rigidez) de los testimonios y documentos para ofrecer un tratamiento íntimo de aquello que se hereda y no puede ser robado, tanto carga como bálsamo.
Es así que cuando la entrevista es imposible, en gran parte debido a la falta de familiares vivos que hayan conocido a Oscar, el vacío supone un espacio de infinitas posibilidades. En lo inverificable, la posibilidad de tratar la memoria por medio de la ficción es infinita. Linares no solo lee la biografía de Oscar y mira sus películas, sino además confecciona y viste su misma ropa. En escenas que recrean momentos de ocio durante los años de juventud del documentalista, una suerte de mutación a otro personaje mezcla lo imaginario con aquello que encuentra en la experiencia de calzar sus zapatos, quizás sea en la manera de fumar, o en la forma casi perfecta que encaja un retazo de una fotografía de Linares en las facciones de Oscar sin mucho esfuerzo. Las similitudes y diferencias entre él y ella componen un retrato de piezas prestadas; el fantasma que al inicio carecía de contornos, adquiere una forma que se despega de las fotografías antiguas y epígrafes a máquina de escribir.
Los escenarios vacíos portan el eco de una presencia. En la reconstrucción de la figura del primo, la directora también filma los guiones de Oscar. Ciertas secuencias son puestas en escena tanto con actores profesionales como con familiares de Linares en el rol de los personajes del guion. Los ensayos filmados sugieren la grabación de una película, pero, a la inversa, son los instantes entre tomas los que al final conforman Lo que se hereda. En vez de escenas ejecutadas a la perfección, las equivocaciones, las torpezas, los preparativos previos y el desmontaje posterior encuentran los momentos más íntimos: un secreto enterrado, una confesión, una incomodidad antes disimulada, tal como si hubiéramos encontrado una dedicatoria al dorso de una fotografía olvidada.
Los materiales de diferentes órdenes y estilos, desde lo analógico a lo digital e incluso una secuencia de ilustración animada, permiten un tránsito libre de un soporte al otro. La búsqueda es también táctil, pues estos materiales se presentan a cámara, se manipulan y se alteran. Al archivo desgastado de películas viejas y secuencias antiguas de ciudades coloniales se le afronta el cuerpo de Linares que lee correos electrónicos escritos por ella misma pero que se materializan en hojas impresas que ella sostiene. Por otro lado, el desgaste del propio material que exhibe sus huellas en la imagen encuentra formas de perecer al mutar de forma. Lo que interesa no es tal o cual cinta recuperada, sino qué ocurre con los familiares al verse actuando en una película que no fue filmada antes por Oscar, y a la que nosotros nunca accedemos, salvo en un fuera de campo.
Lo que se hereda es una película de múltiples temporalidades, de un pasado que de pronto se hace visible, de un presente opaco, tal vez vedado aún por ese pasado, y de un futuro que intenta alivianar su presente agobiado por algo que falta, algo que ya no está ahí y cuya ausencia sigue resonando. La errancia en la imagen idea modos de aproximarse al vacío, casi como un juego que no deja de preguntarse sobre la existencia –e inevitable inexistencia– de uno mismo. ¿Qué se hereda cuando se hereda un vacío?
*Esta crítica fue publicada en El Espectador Imaginario / N° 136 – Octubre 2022 / http://www.elespectadorimaginario.com/lo-que-se-hereda/