LOCARNO: Mis hermanos sueñan despiertos (2021)
Ángel y Franco son dos hermanos recluidos en un centro de detención juvenil. Sin fecha definida para el juicio, ya llevan un año de detención mientras aguardan resignados la condena de su caso. En este espacio hostil, a pesar de la violencia siempre al acecho y de las dinámicas de opresión que enturbian las relaciones, tanto entre los guardias y los adolescentes como entre un bando y el otro, ellos han forjado un entorno de convivencia armónica, de sueños y deseos que palian una espera indefinida.
El relato se desarrolla en una cárcel rodeada de bosque. En la primera escena de la película, vemos a Ángel y a Franco tumbados sobre el pasto mientras conversan sobre un posible futuro como las nuevas estrellas del fútbol internacional. Las copas de los árboles se mecen con el viento y acompañan los delirios ingenuos de fama y dinero. Cuando el plano se abre, un bloque de hormigón impone su presencia. El verde se reemplaza por gris, y el muro que se extiende más allá de la imagen marca el límite entre la libertad y la reclusión. El cobijo de la naturaleza es engañoso; la cárcel es una isla de barrotes en el medio de la nada. El aire puro tan cerca y tan lejos a la vez es solo un indicio de que aquí, en un lugar tan alejado de cualquier ciudad o pueblo, nadie escucharía tus gritos.
Y en cierta manera, esto se comprueba en Mis hermanos sueñan despiertos, de Claudia Huaiquimilla. Sometidos a políticas de reconversión forzosa que se valen de castigos y humillaciones, estos jóvenes habitan una suerte de abandono social. Con padres ausentes y/o relaciones familiares conflictivas, nadie pareciera escucharlos, ni siquiera el abogado defensor. Solo una profesora, que en cierta forma aboga por la posibilidad de reinserción, se muestra atenta a las necesidades de estos chicos, sea la posibilidad de interacción con otras adolescentes del pabellón de mujeres o la contención emocional ante el abandono.
El único lugar posible, o mejor dicho, el único lugar para lo posible, son los sueños. Las pesadillas de Ángel, recurrentes a lo largo de la historia, vaticinan la mayor desgracia: un intento de fuga y la consecuente captura que culmina con su muerte, quizás porque salir de la penitenciaría solo es posible de esta manera, quizás porque estar en la penal ya es una manera en sí de estar muerto. En contrapartida, son los momentos de ocio los que configuran un espacio onírico de ensoñación diurna. Acostados bajo el sol, entrelazados uno encima del otro, es imposible distinguir dónde empieza uno y donde termina el otro, un instante de compenetración corporal y emotiva que los une cuando la segregación es la norma. Mis hermanos sueñan despiertos permite que estos momentos de distensión esboce una realidad alterna, que traslada el cuerpo de uno al monte donde el disfrute brota en el descanso y en el juego.
Más allá del carácter denunciatorio hacia el sistema carcelario que impregna la mirada de la directora chilena, son los detalles que hacen a uno olvidar dónde está los que reflejan las ansias y las frustraciones de una juventud al margen; en esa nota escrita a escondidas y depositada en el bolsillo de una enamorada o en se retrato enfurecido que arde en llamas con los rayones de un lápiz, se esconde la proyección de un otro fuera las paredes, un otro que ya nunca será.