LOCARNO: Agia Emi (2021)
Teresa y Emy son dos hermanas que viven en una ciudad portuaria en Grecia. Inmersas en las costumbres de la comunidad filipina, que funge de amparo y barricada contra la injerencia externa a la vez, ellas buscan la manera de sobrevivir en un presente regido por la explotación y la degradación. El retorno de su madre a las Filipinas deja a ambas a su suerte; entre empleadores usureros y vecinas entrometidas, estas adolescentes transitan la mutación de una edad inestable donde a veces son niñas y otras veces son mujeres.
Agia Emi es una película de contrastes como dualidades que se encarna en los personajes de Teresa y Emy. Mientras Teresa de alguna manera intenta amoldarse con resignación a los comportamientos esperados como hermana mayor y como mujer en la comunidad religiosa, Emy se resiste a las doctrinas cristianas así como a cualquier vínculo impuesto que pretenda dominar la rabia que contiene su pequeño cuerpo. Con el ceño fruncido y el pelo cubriendo el rostro, sus ojos emanan descontento, a pesar de que ella misma lucha por reprimirlo. Pero a veces el enojo es tal que estalla en eventos inexplicables, como un pescado que de pronto vuelve a agitar las branquias, o la sangre que brota de los ojos de Emy sin advertencia alguna. Pareciera que Emy está dominada por fuerzas ajenas, un poder especial de sanación que heredó de la madre, pero que es percibido como la encarnación de un ser maligno. En este sentido, ella no tiene cabida alguna entre los dos polos que velan por su inserción social. Ni las creencias ancestrales de los filipinos donde lo inexplicable es un pecado, ni el confort del cristianismo, donde sus cánticos cadenciosos apelan a la redención, admiten sus bondades.
Aún así, a pesar de las diferencias, existe un vínculo inquebrantable entre ambas hermanas, y entre ellas con su madre. Acostadas en la cama del modesto departamento, con el televisor encendido que emana imágenes insignificantes, Teresa y Emy se consuelan y se cuidan, un momento de respiro momentáneo antes de enfrentarse a un nuevo día. Las conversaciones que tienen con su madre a través de una pantalla hablan de una falta más que un reclamo enfurecido. En la posibilidad de resguardar estos lazos frente a cualquier obstáculo, sea un embarazo no planificado o la falta de comida, yace la mirada afectuosa de la directora Araceli Lemos, quien no solo reconoce el cariño más allá de la contradicción sino además la imposibilidad de disociar dos mundos antagónicos, como son la modernidad agresiva y tajante, y el misticismo ancestral que no admite treguas ni ambigüedades cuando del mal se trate.
Traducido como Santa Emi, en Agia Emi, el otro habita en uno, y a veces lo carcome, como un tumor que se alimenta de las ganancias económicas de una mujer pudiente que somete a Emi bajo su yugo o un hueso que es expulsado por la boca en un gesto involuntario de regurgitación. Aquí, lo místico es tan corporal como abyecto, de tal modo que el repudio del cuerpo adopta un tinte de terror físico que se erige sobre un relato social. Cuando la figura del personaje divino realiza la última hazaña, la conciliación entre lo real y lo mágico reposa un poco sobre la fé, tal como si fuera un mito, pero ya no más sin miedo, sino en un acto de entrega abnegada.