FICIC: Otacustas (2020)
Hoy, hace un mes, falleció mi padre. Hoy, hace un mes, contestaba las llamadas que recibía en su celular, rostros anónimos que al escuchar mi voz, cortaban por una incomodidad repentina. Y hoy, hace un mes, subía las escaleras de su habitación vacía, intentando no hacer ruido como una intrusa en su espacio. Quizás todo esto tenga poco y nada que ver con Otacustas, o quizás tenga todo que ver, no lo sé. Lo cierto es que el silencio de su ausencia repentina es un bullicio que resuena en mi cuerpo, un alboroto ensordecedor que de alguna manera se infiltró en las imágenes de Mercedes Gaviria Jaramillo como un espía de otro mundo.
En una habitación monoambiente, un gato descansa sobre la cama. Las luces y sombras mecen las paredes, inadvertidas de la situación política de Colombia y Argentina que cada tanto irrumpen la imagen en forma de noticiario. Mientras la cámara busca el sol entre las hojas de una palmera, la voz en off de la directora reflexiona sobre la ontología del silencio, y las implicancias de cada definición que ella en su carácter de sonidista recopila rigurosamente.
Las imágenes de Otacustas se escuchan, y los sonidos se ven. Los signos visuales y auditivos frotan su lenguaje el uno contra el otro; cuando el discurso de uno no es suficiente, la responsabilidad se desliza sobre el otro, tal como lo afirman las palabras de una reportera (“por suerte están las imágenes”), o, en sentido inverso, tal como el estallido de una bomba evoca un escenario distante. Los significados del silencio demandan la escucha: no basta con mutear la imagen.
Otacustas acecha a escondidas la vida privada de Gaviria Jaramillo. Lo íntimo, lo privado, nunca ajeno del orden social y político, penetra su silencio en forma de conversaciones, audios compartidos y videollamadas. El título, en referencia a un término ya en desuso, dialoga con un cuadro de Nicolaes Maes, donde una mujer es retratada entre medio de dos situaciones que ocurren en planos distintos. Es la ubicación de esta mujer y la distancia entre ella y los ruidos que se solapan lo que constituye el enigma del cuadro, y del gesto de silencio que ella hace al que la observa. En un presente tan disperso, tan aturdido que se torna hostil, ¿cómo detenerse a escuchar lo ininteligible?
Un pequeño gesto de contribución a las definiciones de silencio: cuando los sonidos se definen por su timbre, su tono, su intensidad y su duración, es en este último aspecto donde sonido y silencio encuentran un campo en común. Porque el sonido y el silencio comparten el tiempo, y en su duración, ambos persisten en el tiempo, con la fuerza de un estruendo. Y el tiempo, a su vez, traza una distancia. Escucho su nombre siendo pronunciado por la doctora de guardia, escucho sus últimas palabras, entre morfina y muestras de sangre. Escucho la asfixia del futuro. En una oscuridad llena de resonancias, quizás el último refugio no sea la posibilidad de escuchar el silencio, sino penetrar el silencio y desmembrar los ruidos que allí residen con la espera de idear un nuevo paisaje sonoro, una otacustas de nuestro propio silencio.