VISIONS DU RÉEL: Non-Stop (Jo ta ke) (2020)
Entre lo no dicho y lo indecible existe una diferencia marcada que yace en el ámbito del silencio. Mientras la primera locución califica de tácito o implícito a algo, lo inefable trasciende las barreras del lenguaje: es tan desmesurado en sentimiento que uno se enfrenta a la imposibilidad de expresarlo. ¿Puede una ausencia volverse inenarrable?
El punto de partida de Non-Stop es un VHS del concierto de Negu Gorriak realizado en el año 1990 frente a la cárcel de Herrera de la Mancha, imágenes que hubieran sido editadas, reencuadradas y manipuladas. Pero esto no sucede, y una voz tajante anuncia la desapropiación sobre las fallas estáticas de la supuesta cinta que se exhiben en el cuadro. Estas imágenes no son de la directora, ni pertenecen a su tiempo. Cuando todo instrumento de registro ha sido eliminado de su presente, Aitziber Olaskoaga, en compañía de su equipo de rodaje, viaja a Manzanares con la intención de obtener imágenes del centro penitenciario, pero en su búsqueda (condenada de antemano) logra aprehender lo impalpable, aquellas imágenes erigidas sobre el vacío y la refutación.
Non-Stop es un ensayo sobre lo inexistente, donde la negación y la distancia se vuelve el propio objeto de contemplación, gesto que, paradójicamente, refuerza la presencia de aquello que fue un símbolo de resistencia para la izquierda nacionalista vasca. Los movimientos de cámara que trazan un recorrido de 360° sobre el eje del horizonte, sea en la plaza o en el campo donde tuvo lugar el concierto, permiten una mirada que abarca la totalidad del espacio. Cuando todo se ve, no hay cabida para ambigüedades ni conjeturas sobre un posible fuera de campo, sino que las presunciones vienen dada por lo invariable, lo que ha permanecido estático a pesar del paso de gobiernos y gobernantes, sean los números de las casas, un terreno o una señal de tránsito.
El silencio de los colaboradores detona en palabras que se pronuncian en off, y el rechazo de la petición hecha a la Dirección General de Instituciones Penitenciarias se lee a viva voz, con un registro, una entonación y una cadencia. Lo negativo se vuelve positivo, como si la película fuera una sala de revelado fotográfico a la inversa, y Non-Stop, un proceso de “negativado” de la imagen donde las zonas más oscuras, las más negras, revelan el vacío más intenso. El filtro que se coloca sobre la cámara incluso simula la luz roja propia de un cuarto oscuro, una luz que ejerce la menor influencia sobre las placas.
Si la distancia entre el equipo de filmación y la cárcel es tal que el escenario solo puede ser narrado y cuantificado, como si de un libro de historias con fechas y números se tratase, en contrapartida, la aproximación entre ellas y el acto de filmar se refuerza cada tanto con micrófonos, claquetas y tarjetas de calibración de color. La falta de imágenes no es una limitación, allí reside su prerrogativa: buscar una imagen constituye en sí una imagen. En este sentido, el sonido análogico recuperado en conjunción con las tomas digitales construyen nuevas imágenes que resignifican un recuerdo o un momento, al igual que las sucesivas plantas de la cárcel que se dibujan una y otra vez y que quedan impregnadas en nuestra mirada. Para Non-Stop sería contraproducente evocar las impresiones del pasado sin alterar su presente histórico, porque como bien lo sugiere su nombre, la película prosigue su camino más allá del travelling que abandona la ruta, se perpetúa hasta la victoria. O en este caso, hasta la derrota de lo indecible.