Riders of Justice (2020)

Para cada roto…

El deseo de una niña de recibir una bicicleta azul por Navidad pone en marcha una serie de eventos que desembocan en una tragedia. El vendedor, al no tener una en dicho color, ordena robar una bicicleta. Como resultado, en algún otro lugar, una adolescente queda sin medio de transporte para ir al colegio. Cuando el auto no arranca, ella y su madre se toman el día libre y van a pasear en metro, en parte además porque Markus, el padre de la familia y militar de carrera, ha avisado recién que no podrá volver a casa por unos cuantos meses más, para desencanto y enojo de su esposa. En una oficina corporativa, Otto, un analista especializado en crear algoritmos que permiten pronosticar y precisar el comportamiento social de las personas, es despedido por su empleador tras una presentación fallida. La adolescente, la madre y el analista coinciden en el vagón del subte. Él le cede el lugar a la madre y, tan solo dos segundos después, se produce un accidente fatal que acaba con la vida de la mujer. Así inicia Riders of Justice, de Anders Thomas Jensen, película que inauguró la edición número 50 del Festival Internacional de Cine de Rotterdam.

Mientras Markus y su hija lidian con la pérdida, situación agravada por la convivencia forzosa, Otto se obsesiona con las improbabilidades estadísticas del accidente, ya que entre los fallecidos se encontraba un testigo clave en el caso que podría finalmente llevar tras barrotes a una banda de criminales, conocida como “Riders of Justice”. Como su hipótesis es ignorada por la policía, con la ayuda de sus amigos hackers, Otto obtiene información imposible de ignorar: el trastorno obsesivo compulsivo del testigo, su predilección a sentarse siempre en el mismo asiento y la presencia de un personaje misterioso que desciende del vagón justo antes de la colisión. Junto a sus peculiares cómplices, Otto recurre a Markus, quien al enterarse de la supuesta intencionalidad del accidente, pone en marcha un plan de venganza sanguinario.

Los personajes de Riders of Justice son personas incompletas que, en cierto modo, aprenden a resistir el día a día, a pesar de sus heridas físicas o emocionales. Estas marcas pueden ser visibles en el cuerpo, como la secuela de un choque que dejó manco a Otto, o aparentar desapercibidas, como un trauma de la infancia que se dispara con el estrés o mismo el carácter temperamental y violento de Markus, un hombre inexpresivo capaz de asesinar a alguien con la misma facilidad con la que destroza un baño. A pesar de sus disparidades, lo que comparten entre ellos es la incapacidad de enfrentarse a los problemas, y, paradójicamente, es por esto mismo que congenian tan bien a la hora de espiar a los maleantes. La banda de marginales se encierra en el granero de Markus y en conjunto elaboran un plan a prueba de cualquier programa de reconocimiento facial, en parte como modo de evadir el tormento de la culpa o el desconsuelo de la pérdida, en parte porque quizás sea lo único que pueden hacer ahora, estar juntos para no extenuarse.

En este sentido, la película es tanto sobre el dolor como sobre la amistad y los lazos afectivos que enmiendan las penas. A pesar de la evidente carga dramática, el relato está plagado de momentos cómicos que palian de alguna manera la excesiva violencia que se desborda durante la cacería frenética y los enfrentamientos con la pandilla criminal. En el tono y la mordacidad de los diálogos, que fluctúa con sus bruscos cambios de humor entre la ironía y la desgracia, radica el ingenio de Jensen. La comedia viene dada por los tropiezos inevitables de la falta de comunicación, o más bien en la imposibilidad de relacionarse el uno con el otro. Cuando la conflictiva relación padre e hija no encuentra salida alguna, ella cree que los nuevos amigos de su padre son psicólogos que han venido a ofrecer un tratamiento inmersivo para limar las asperezas entre ambos, de modo que puedan al fin conectarse de alguna manera. Y estos excéntricos personajes, habiendo pasado ellos mismos por infinitas sesiones de terapia, asumen el rol a la perfección. Para cada roto, un descosido. En este caso, muchos rotos.

Riders of Justice mezcla elementos propios del género de acción con un drama familiar y una película de enredos entre amigos. Al hacerlo, transita por altibajos emotivos tan dispares como el contraste entre la rudeza del militar y la sensibilidad conciliadora e ingenua del analista. Los asesinatos ocurren de noche, en una fotografía oscura que delimita un umbral entre un mundo y el otro, como si los personajes mismos atravesaran al submundo de la delincuencia entre la cena y la sobremesa, donde las cosas se tornan un poco más serias que jugar al terapeuta familiar. Saber armar un rifle no garantiza que seas capaz de asesinar a un desconocido. De igual manera, el relato no admite ambigüedades; es claro quiénes son los criminales y las verdaderas víctimas de la historia.

Como todo escape, por más placentero que sea, el viaje también tiene su fin. A medida que los personajes entran a término con sus fantasmas, las consecuencias de sus actos golpean la puerta de la casa, y no de manera amistosa. En una secuencia final, donde la sangre brota sin parar y los disparos retumban, el cariño hacia los personajes suscita risas afectuosas que logran entrometerse e incluso alivianar la brutalidad del desenlace. Al fin y al cabo, Riders of Justice es una película que no pretende sentar postura con respecto a la venganza, a pesar de los lazos que se forjaron en el camino. Tampoco se centra en las casualidades y probabilidades circundantes a un hecho, sino más bien admite aquello que al inicio sonaba reconfortante: culpar al azar no ofrece contención alguna.

*Esta crítica fue publicada en El Espectador Imaginario / N° 120 – Marzo 2021 http://www.elespectadorimaginario.com/riders-of-justice/

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