La angustia corroe el alma (1974)
La angustia de los otros.
Emmi es una viuda sexagenaria que trabaja de limpiadora, y El Hedi ben Salem, más conocido como Ali, un marroquí de unos treinta años que trabaja en un taller mecánico. Ellos se conocen en un café de obreros inmigrantes. Ella, atraída por la música, se refugia de la lluvia; él, ahogado en un vaso de cerveza, accede a cualquier reto y baila con ella. Ambos personajes, afligidos desde el vamos, forjarán una peculiar relación incomprendida por el mundo en el que habitan.
Rainer Werner Fassbinder desglosa la angustia en cada elemento de la puesta en escena, y como resultado, sofoca con el entorno que describe. En la fotografía, tanto Emmi como Ali, se muestran agobiados por los lugares que transitan. La aparición de Emmi en el bar adopta un punto de vista extraño, donde ella se encuentra al costado del cuadro, comprimida por una hilera de sillas vacías, y enmarcada por la puerta que la había conducido a ese entorno extraño. Ella no pertenece ahí, lo sabe, pero aún así pide una coca cola esperando encajar o al menos pasar desapercibida. Durante el primer baile juntos, la cámara se posiciona detrás de una silla. Observa desde lejos y con timidez a la pareja, privada de la cercanía del mismo gesto. Puertas, ventanas, rejas y barandas delimitan los espacios interiores y exteriores, y en La angustia corroe el alma se erigen como barreras que obligan a sus protagonistas a vivir su amor bajo confinamiento o aislamiento.
La distancia que adopta la cámara nunca se subsana del todo. Cada tanto, pareciera recordar las diferencias entre ambos, y los contempla desde un plano tan abierto que apenas permite distinguir sus gestos. A la vez, al aproximarse con lentos movimientos hacia adelante, regala a los amantes lo que otros no pueden: la posibilidad de estar juntos y el permiso de mirar desde más cerca. La angustia corroe el alma se retira de la crisis, y se aproxima al dolor, y cada tanto presencia el romance desde el punto de vista de un otro distante, el que critica con la mirada y que observa velado por el cuadriculado de la ventanilla. Cuando Emmi invita a Ali a tomar una copa de coñac, la cámara se desplaza hacia atrás en un gesto distante incapaz de percibir las reacciones asertivas de los recién conocidos. Por el contrario, en la misma escena, deja abarcar en la imagen la hostilidad de las vecinas que se cuestionan con aversión qué hace ella con un hombre como él.
Estos desplazamientos sutiles, que se repiten como anáforas visuales, genera una tensión tan puntual que sofoca; nunca se acerca del todo, pero tampoco se aleja tanto como para ignorar las voces envidiosas que se entrometen en la relación. En La angustia corroe el alma son los otros los que están angustiados, y a la vez esta angustia externa repercute en la pareja como un virus infeccioso que los carcome lentamente. No en vano el momento de idilio de la pareja, unas vacaciones fuera del país, en un lugar lejano, pero no identificado, ocurre entre un fundido y el otro, en una elipsis incierta porque en el departamento donde viven los problemas no desaparecen, solo se vuelven otros.
La primera parte de la película se enfoca en ella, en cómo tolera apenas el maltrato de los demás mientras que la segunda parte observa los andares de Ali, la imposibilidad de corresponder sus deseos con los de Emmi, y los esfuerzos que realiza con resignación para la obtener la aprobación de un país que siempre le dio la espalda. A pesar de este quiebre narrativo, existen similitudes que van más allá del punto de vista adoptado. Tanto Emmi como Ali se refieren a ellos mismos en tercera persona ante la incomodidad de aclarar cómo se sienten o explicar el por qué de su actuar. El amor que brota entre ellos es más sencillo que cualquier conjetura venenosa; no se trata de dinero ni de conveniencia sino es tan simple como dos personas que se acompañan en la soledad. Los personajes que rodean a Emmi, tanto en su ambiente laboral como familiar, se sienten ofendidos por el matrimonio. No se sabe si les disgusta más la diferencia de edad, o el hecho de que Ali sea un inmigrante que apenas habla alemán, o si el motivo es una mezcla de ambas cosas, pero lo cierto es que ninguna persona con la que se cruzan a lo largo de la película puede evitar mirarlos fijamente. La mirada que reciben es acusadora, inmóvil e inmutable, como si estuvieran hipnotizados por algo tan horrendo que detiene el tiempo. En este instante, los otros ni se atreven a parpadear, sus actuaciones son rígidas e inalterables incluso frente al griterío o el llanto desconsolado de Emmi. El único que ofrece una reacción desmesurada es uno de los hijos de ella, quien transforma la ansiedad en odio y destroza el televisor sin decir nada.
La angustia, palabra que proviene del alemán angst, se refiere a una reacción emocional hacia lo desconocido. Hacia el final de la película, el cuerpo se ha quebrado, y la felicidad se ha esfumado. Los días de café y brandy fueron un sueño. A través del reflejo de un espejo de un hospital, Emmi se acerca a Ali después de una operación de úlcera perforada, fruto del estrés y la bebida, y la bebida por el estrés. Para ellos, el futuro es incierto, no por la diferencia, sino porque la angustia a la larga agota el alma.