Variety (1993)
Un boleto al erotismo.
Christine lee el diario todos los días en busca de un trabajo pero lo único que consigue son insinuaciones de los hombres que la entrevistan y que solo quieren ver sus pechos. Por recomendación de una amiga, consigue trabajo en una sala de cine pornográfico y pareciera que la vida en Nueva York será al fin sostenible para ella, pero Variety recién comienza. Desde una casilla minúscula de vidrio, es Christine la que sin saberlo compra un boleto al mundo del erotismo donde poco a poco la imaginación se va impregnando sobre la realidad a través de la pantalla de cine.
Los hombres que acuden a Variety son personajes sin rostro, anónimos y mudos, que ingresan al cine con el mismo automatismo de cuando suben al metro o se dirigen a su trabajo. La única mujer de carne y hueso presente ahí es Christine, exhibida en una vitrina como publicidad engañosa de la sala, y a quien ellos intentan robar algún que otro roce de manos. A pesar de este atrevimiento, en Variety son los hombres los que se sienten incómodos con la presencia de Christine, una intrusa que quiebra el ideal hipotético de sus fantasías. Mark, su novio, habla entusiasmado de una red de sindicalistas mafiosos que ha descubierto en los establecimientos pesqueros casi sin prestar atención a su pareja, pero cuando escucha la palabra porno de la boca de Christine, no sabe cómo reaccionar.
Variety coquetea con la idea de una profecía autocumplida, tanto en ella como en nosotros, y en los hombres que la rodean. Una de las amigas de Christine relata cómo fue detenida en la comisaría por prostitución cuando en realidad fue obligada a mentir para librarse de un grupo de hombres insistentes. Por su parte, Christine se ve cautivada por la pantalla de cine, por las escenas de las películas y por el comportamiento de los personajes tan direccionado a la mera excitación. Lo que nosotros no vemos, ella nos relata con detalle, como si estuviera deglutiendo las imágenes en función a su propio interés. El erotismo explícito se traduce en palabras, y los gemidos, tan rutinarios, en líneas de diálogos y súplicas. Tal como ella adquiere la habilidad de narrar escenas, ciertos elementos salen de la película y se desdibujan sobre ella. Tras el detalle de unos labios pintados, ella adquiere el hábito de también pintarse los labios con un color más fuerte. A medida que pasan los días, el erotismo se vuelve corriente y ella trae a su casa el afiche de una película exhibida en Variety junto con las compras del supermercado. Galletas, helado, jugo de naranja, un cigarrillo y una llamada telefónica de su madre pueden ser consumidos al mismo tiempo. Al recibir en el contestador un mensaje erótico de algún admirador, no se molesta, lo escucha dos veces, como si estuviera haciendo el ejercicio inverso de imaginarlo en pantalla.
Tras una cita fallida con Louie, un empresario y habitué de Variety, Christine se ve atraída por su carácter misterioso, y, motivada por la ilusión de la ficción que la tiene cautivada, empieza a seguirlo. Su predicción se corrobora, porque encuentra lo que busca, un poco por condicionar su comportamiento, un poco por querer ver aquello que confirme sus sospechas. Los apretones de manos con otros trajeados, los intercambios de miradas cómplices y susurros al oído, y un recorrido a través de los puertos de la ciudad donde se empaquetan pescados sólo pueden significar que él está metido en algún tipo de negocio sucio. A la par que la descripción de escenas pornográficas se vuelve más compleja y exhaustiva, como si se tratase de un relato erótico, Christine escribe con sus actos otra teoría: Louie es un mafioso sindicalista, uno de aquellos a los que su novio está investigando.
Variety cambia con Christine, y empieza también a mezclar lo cotidiano con lo montado en las películas. Mientras relaja la tensión del cuerpo, siguiendo las instrucciones de alguna terapia de relajación, ella visualiza incontables apretones de mano entre Louie y otros hombres, una y otra vez, que se separan y vuelven a agarrarse como si se tratase de un ensayo antes del rodaje, o inclusive de tomas enteras sin editar de la propia película. El complot es cada vez más obvio, palpable. Ella empieza a entrenar como si se estuviera preparando para un enfrentamiento físico entre ella y él o ella y alguien. Deja de frecuentar el bar de sus amigas y solo tiene tiempo para Variety y para seguir a Louie en sus andanzas diurnas y nocturnas.
Por otro lado, los encuadres mutan. El plano se cierra y permite la confusión entre una película y la otra, la de Bette Gordon y la de Christine, o la de Variety y la nuestra. Una cita entre Christine y Mark se narra con un primer plano de la nalga de él acompañado de la voz de Christine que relata un encuentro sexual entre una mujer y un tigre de la misma manera en la que brota sangre de los planos de las películas pornográficas. Los espacios públicos se vuelven preponderantes e impersonales mediante trenes y subterráneos que conducen a Christine hasta las afueras de la ciudad mientras persigue a Louie casi obsesivamente. En estos espacios, el sexo no tiene cabida pero si otro tipo de fantasías, el de la conspiración. Pareciera una gran coincidencia que ella alquile una habitación al lado mismo del supuesto mafioso, de aquellas coincidencias que ocurren en una porno, que cuando irrumpe en su habitación y revisa sus cosas, resulta hasta lógico que robe solo una revista. Y que esta misma escena a su vez, el encuentro ficticio entre ella y él en la habitación, forme parte del inicio de una película que pasan después en una función de Variety.
Al final de la película, la mujer que vestía una calza bajo el jean y llevaba el pelo recogido, ha cambiado por completo su apariencia. Bajo una luz rojiza, que emula los destellos de neón de los carteles XXX, Christine marca un número en el teléfono e increpa a Louie, quien parece no creer todo que esta mujer ahora sabe de él. O dice saber. Su rostro, cargado de confianza se prepara para encararlo, sea de madrugada en una esquina vacía o en sus sueños.