Una hora contigo (1932)
Palabras pícaras.
Una decena de policías se reúnen para escuchar las directivas del comisario. Con severidad en su voz, el jefe afirma que el aire maravilloso trae problemas de todos lados. Al parecer, la primavera es una estación peligrosa en París, y los policías lo saben. Algo tan tremendo ocurre en los parques que urge la limpieza de los espacios públicos. Pero no son actos delictivos, ni tampoco violentos; es el mero encuentro de amantes que aprovechan la oscuridad para encuentros casuales. En Una hora contigo el humor se aprovecha de ese pequeño lapso de tiempo donde las cosas no se dicen y que por el contrario, por un breve instante, se estimula fantasías que se cumplen en nuestro imaginario.
Tras la alerta expresa del aire lujurioso que dominará el actuar de sus personajes, la trama se resume de la siguiente manera. El Dr. André Bertier está felizmente casado con Colette, esto lo remarca varias veces y mirando a cámara en un diálogo que establece con nosotros. Los Bertier viven un idilio matrimonial donde abunda el amor y el sexo. Pero la irrupción casual de Mitzi Olivier, la mejor amiga de Colette, pondrá a prueba la fidelidad de la pareja, pues ella intentará a toda costa seducir al doctor. Por su parte, Adolph, el mejor amigo de André, arde de deseo por Colette, y el profesor Olivier, esposo de Mitzi, solo quiere el divorcio, el único inmune al romanticismo francés. Para hacerlo, contrata a un detective privado para recolectar las pruebas que pudiesen oficializar su separación en la corte. Los deseos no siempre se corresponden, sino que se van enredando y cruzando en un juego de secretos coquetos y encuentros protocolares.
André y Mitzi se conocen en un taxi. Pero para el mundo en el que habitan, dos extraños que comparten un viaje es sinónimo de adulterio. En un ida y vuelta de un par de líneas de diálogo que van de comentarios sobre las noticias locales a indagaciones sobre el estado marital de cada uno, Mitzi sentencia un ultimátum: que el doctor suelte el periódico y se enfrente a los hechos. Poco sabía André que la desconocida era su invitada para el almuerzo, y poco sabíamos nosotros que a partir de esta secuencia cada palabra y gesto tendría una connotación sexual. Pero me estoy adelantando, volvamos al relato.
Luego de que André haya saltado del taxi, Mitzi llega a la casa de los Bertier. Las amigas se saludan con un afectuoso beso. Entre que se ponen al día y conversan sobre los amantes de Mitzi, Colette le hace un tour de la casa por los lugares más importantes, perdón un solo lugar, la habitación. Ella le muestra la cama y su cajón de lencería, a lo que Mitzi tienta que tanta ropa interior para un solo hombre es un desperdicio. Y hablando del marido, Mitzi descubre el pijama de André sobre una percha al que curiosamente le falta la parte de abajo. Ay disculpa, dice ella por el atrevimiento y las amigas retoman las risitas como si no se hubieran referido al marido de Colette desnudo de cintura para abajo.
Otro momento embarazoso. Tras la presentación oficial de Mitzi, las dos mujeres contemplan al doctor. Una dice que es un amor, la otra que es bonito. André solo murmura avergonzado que por favor paren. Colette se acerca a Mitzi y le susurra algo al oído. Al escuchar sus palabras, Mitzi frunce el ceño y sonríe. Su mirada se enciende mientras que la esposa del doctor se muerde el labio y le susurra otro secreto. Atónito, André las observa. Ni él ni nosotros tenemos idea de lo que las mujeres están diciendo, dependemos únicamente de sus miradas traviesas. Tras un intercambio de secretos y reacciones que involucra cejas levantadas, preguntas de afirmación y hasta un pedido expreso de permiso, Mitzi desea ver cómo el Dr. puede hacer lo que hace. Pero esta habilidad dista de ser cualquier conjetura posible sobre las destrezas o los atributos del hombre. Al parecer André es habilidoso en imitar a un búho. Sí, un búho.
Una hora contigo está plagada de momentos pícaros como este que no se resguardan del pudor. Es, además de burlona, irónica. Cuando la conversación de las amigas va desde un cuchicheo inentendible a intercambios en versos que además riman, el diálogo entre el Profesor Olivier y el Dr. Bertier se reduce a risas torpes y a una incapacidad absoluta de pronunciar palabras. La eventual resolución de los dilemas matrimoniales sucede en una suerte de reproche mutuo, un beso por el otro y un final empatado donde André y Colette conversan con el público. Si ella fuera tu esposa, dice él, y él tu marido, dice ella, harían lo mismo, porque si en algo se ponen de acuerdo es que el amor y el sexo son cuestiones separadas.
Podemos debatir si en realidad estaban a mano, pero a pesar de todo, Una hora contigo nunca pierde su viveza; el ingenio del relato surge en la incomodidad suspendida, en el misterio jocoso que genera sonrisas sin afirmar ni negar y que juega con el puro deleite de las palabras con doble sentido, un poco como la imagen de Adolph vistiendo una calza responde sin decirlo al placer del mayordomo.