El futuro perfecto (2017)
Cuando termines de ver El futuro perfecto, ella habrá aprendido hablar castellano.
El futuro perfecto es un tiempo verbal extraño, dícese relativo, que indica acciones que tendrán lugar en el futuro pero antes que otra acción indicada también en la misma oración. También puede referirse a suposiciones, conjeturas inciertas sobre un porvenir también impreciso que se suceden en un estado de tiempo que ocurre antes del momento en que se habla. ¿Y si no se dice nada, no existe? ¿Y si la acción que debe ocurrir antes no ocurre o se interrumpe? ¿Habrá sido necesario crear este tiempo verbal?
Por el contrario, los chinos carecen de tiempos verbales. La lengua recurre entonces a ciertos elementos léxicos como preposiciones o partículas auxiliares, o bien al contexto o al orden de las palabras para construir oraciones que se refieran a las acciones del futuro y del pasado. Demás está decir que encontrar correspondencias o equivalencias entre la gramática china y la castellana es un arduo ejercicio. Pero vayamos a lo nuestro, que esto lo dejamos (por de pronto) a los lingüistas.
El futuro perfecto es un documental ficcionado, o una ficción documental donde la gramática de ambos dialectos teje los hilos entre dos culturas sumamente distintas. Xiaobin, quien no habla una sola palabra de castellano, se enfrenta a aquello que la cámara omite: un paisaje poblado por personas que hablan otro idioma, que se mueven hacia el lado contrario que ella, y que hablan con formas verbales desconocidas para ella. Estas figuras anónimas, siempre de espaldas para nosotros como espectadores, delimita una barrera visual que torna la incomunicación como objeto tangible. Si tenemos los subtítulos que nos facilita la compresión, en el plano no se nos permite interactuar con lo que la joven china observa. La sensación de omisión agobia.
A medida que Xiaobin aprende el idioma, aparecen otros personajes con los cuales ella logra congeniar mediante un lenguaje de aprendizaje institucional donde las frases herméticas indagan sobre las actividades y gustos del otro, pero no se interesa en conocer los miedos y las expectativas de alguien que dejó su país natal. En una escena en el subte, de regreso de una de sus clases de castellano, Xiaobin repasa las preguntas sobre las profesiones y oficios que hace unos momentos sus compañeras recitaban. ¿Es Ema una empresaria?, ilustra el texto. Ella levanta la mirada y observa a su alrededor. ¿Qué será esa mujer que viaja frente suyo? ¿Una empresaria? ¿Una camarera? Por primera y única vez, la gente local tiene un rostro visible que no devuelve la mirada pero que al menos se materializa en el cuadro. Al ser capaz de nombrar las cosas, éstas existen, como si el léxico diera vida al entorno, porque su libro puede ser un escudo y un visor a la vez.
Si el futuro perfecto es un tiempo verbal problemático, el futuro perfecto es también un sueño dudoso. Y si el tiempo verbal supone desenlaces incomprobables de líneas temporales divergentes, un futuro perfecto supone el idilio de la utopía, donde nada sobra y nada falta. Pero, ¿existe dicha fantasía o es un simple supuesto? ¿En qué tiempo verbal ocurre? ¿Cómo se filma un futuro perfecto?
En un desenlace que conjuga dichas hipótesis, Xiaobin actúa y narra su posible futuro asistido por personajes reales ahora vuelto actores, o quizás siempre fueron actores, y ella también actriz. Cada final, tan distinto uno del otro discurre sobre el impedimento que supone filmar lo que aún no ocurrió; sería más sencillo atrapar a un gato con una caja de madera. Pero más allá del colofón, lo que aquí nos interesa es cómo el título parte de la gramática y lo vuelve visual. Si la lengua es la manera en que nos movemos y pensamos al mundo, El futuro perfecto encuentra la armonía de dos mundos en uno, de la manera de hablar a la manera de contar, de China a Argentina, de lo real a lo imaginario. Por suerte, el cine es un lenguaje del mundo.
El futuro perfecto se puede ver aquí: https://play.cine.ar/INCAA/produccion/5149
Ver tráiler: