Bacurau

Bacurau (2019)

En un futuro no tan lejano.

El cine de Kleber Mendonça Filho se erige sobre una preocupación palpable por su entorno y las relaciones del ser humano dentro de su hogar, que más allá de ser un espacio físico en el cual se construye la vida privada y pública, es memoria, historia, e identidad, sea este un país, un pueblo, un vecindario, o incluso un departamento. Y es el vínculo que forjan sus personajes con este ambiente donde habitan, y la inevitable mutación de las condiciones del mismo, lo que suscita los conflictos internos y externos. Pero para el director y guionista brasileño estos cambios nunca son gratuitos, pues el desplazamiento de las personas se manifiesta como consecuencia directa del proceso de gentrificación y urbanización que obliga el desalojo violento de las minorías arraigadas a un espacio; bajo la metamorfosis del mundo que prioriza a los fuertes sobre los débiles subyace una fuerte crítica social.

En este sentido, su último film  Bacurau (2019) está teñido del contexto sociopolítico actual que predica un futuro no tan inverosímil en un tiempo no tan lejano. Ubicado al norte de Brasil lejos de cualquier metrópoli, la población de Bacurau se enfrenta a problemas de supervivencia como el hambre, las enfermedades o el acceso al agua potable, necesidades básicas que son ignoradas por el candidato a intendente de la región pese a la resistencia y a la lucha diaria de sus pocos habitantes. El político, corrupto e insolente, solo desea votantes, y para hacerlo es capaz de mantener a la villa bajo asedio con las rutas clausuradas que impiden el acceso y la salida de cualquier persona. La muerte de la matriarca del pueblo, y la llegada de su nieta con una valija de remedios, abre un relato que aparenta ser un drama rural de lucha obstinada contra el gobierno descarado que destina alimentos vencidos e inhibidores de carácter en forma de analgésico con la esperanza absurda de lograr la sumisión completa del pueblo. Aparenta, porque una serie de situaciones inexplicables e impredecibles que van sucediendo en Bacurau zarandea cualquier conjetura posible.  

Si en Aquarius (2016) el enfrentamiento estaba dado entre la invasión forzoza de una inmobiliaria megalómana y una mujer que se resistía a abandonar el edificio donde vivió toda su vida, en Bacurau la súbita desaparición del pueblo en el mapa anticipa una irrupción que alcanza niveles de violencia inimaginables, pues supone prescindir por completo de las familias que viven ahí y que para el político son un disturbio más. La maquinaria que opera detrás de los eventos trágicos carece de un ápice de moralidad, y no deja de atemorizar por lo probable que podría ser la caza deportiva de personas, que no solo se dio en tiempos recientes (la dictadura de Alfredo Stroessner había permitido la caza de indígenas aché) pero que podría incluso darse hoy en día.

Aquí, los invasores europeos y norteamericanos disponen de los cuerpos tercermundistas al servicio de una industria más, un parque de diversiones, y el gobierno oferta seres humanos como un mero premio. Pero los habitantes de Bacurau se rehúsan a sucumbir, y en la resistencia, las imágenes estilizadas y saturadas de Mendonça derrochan violencia y goce, porque la identificación con el pueblo abusado y menospreciado, víctima de muerte, dolor y sufrimiento, desemboca en una pulsión de venganza y sublevación colectiva al son de bajos sintetizados y drogas alucinógenas.

Basta con mirar la historia y el presente para dudar del aspecto ficticio de Bacurau. La situación sociopolítica de Brasil, bajo el mandato de un presidente ultraderechista, siniestro y polémico, que desata una guerra abierta contra los pueblos indígenas del Amazonas, que pisotea sobre los derechos humanos y que esconde en su agenda política un régimen que avala el genocidio y el etnocidio, alimenta el cine denunciatorio de Mendonça, que aquí con un fervor colérico, cargado de ira y miedo, conjuga diversos géneros cinematográficos como el gore y el western para gritar con fuerza. Porque ya no es el espacio el que cambia, sino la eliminación casi sistemática de las personas que no se ajustan al cambio impuesto. Para citar a uno de sus personajes, ¿estará exagerando Mendonça? Y la respuesta, al menos de nuestra parte, es un rotundo no.

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