El supremo manuscrito

El supremo manuscrito (2019)

Inexplicable e insufrible.

Durante una subasta, el manuscrito original de “Yo el supremo” de Augusto Roa Bastos desaparece justo cuando estaba siendo ofrecido. Desconcertados por lo sucedido, la ganadora Ana Morel, hija del embajador paraguayo en Francia, y el coleccionista (y político) Anton Remianiuk, aguardan algún tipo de información acerca del robo. Aguirre, la asistente fiscal asignada al caso, arriba al lugar de los hechos con numerosas interrogantes, incógnitas que a partir de los primeros minutos de la película nunca se resuelven y se enmarañan en una trama tan confusa que intentar encontrarle algún sentido es tarea inútil.

Dirigida por Jorge Díaz de Bedoya y Michael Kovich Jr., El supremo manuscrito (2019) suscita un sin fin de preguntas. ¿Cuál es la injerencia de la figura de Roa Bastos en la búsqueda del manuscrito, o mejor dicho, en qué aporta que sea este manuscrito y no otro objeto? ¿Cómo se conecta la dictadura de Alfredo Stroessner con la trama centrada en la desaparición del original? ¿Cuál es la relación entre los supuestos contrabandistas con una operación militar antidrogas sucedida en un pasado indeterminado, y otra vez, qué tiene que ver esto con el manuscrito? Y, para purgar la trama y reducirla a lo esencial, ¿qué quiere cada personaje?

El MacGuffin, entendido como un objeto de engaño que hace avanzar la trama pero que al final no tiene relevancia en la historia, es utilizado en el cine de suspenso con frecuencia como excusa perfecta para suscitar acción y reacción en los personajes, donde lo que nos interesa son las dinámicas que se van generando en torno a este objeto misterioso sobre el cual los personajes en pantalla depositan toda su atención. En El supremo manuscrito, el manuscrito es un MacGuffin defectuoso que fracasa en conducir el interés hacia las relaciones de los personajes, porque ni los protagonistas ni los antagonistas son claros en sus motivaciones. Es más, en un intento por sostener este lío, el guión se refugia en diálogos expositivos que fallan en cometer su único objetivo: lograr que el espectador reciba información para comprender la trama.

Cuando la historia es indescifrable e irracional, cuando no existe identificación con los personajes que se mueven sin que sepamos hacia dónde, cuando a una premisa sencilla como encontrar algo se le añaden tantas variables inconexas y hasta un nuevo manuscrito, la única solución posible podría ser ofrecer secuencias cargas de acción y espectacularidad para ocultar las notorias falencias de dirección que repercuten en todos los ámbitos. Pero El Supremo manuscrito convierte los diálogos más simples en escenas complejas con un montaje alterno injustificado que resta tensión y genera incomodidad, molestosa como la cámara en mano cuyo uso y abuso, marea y fastidia. Y, paradójicamente, aquellas persecuciones que deberían estar cargas de adrenalina esfuman autos por arte de magia. Mención aparte a los fragmentos sueltos de un soldado, un machete o un portarretrato que como clips ensucian aún más la narración.

Tan innecesaria como el lengüetazo en el rostro que recibe Ana (mero morbo de sus autores), El supremo manuscrito (2019) es un lío inextricable donde las conjeturas posibles acerca del paradero del objeto preciado solo pueden contemplarse bajo las indescifrables acciones que van sucediendo una después de la otra, contemplarse porque esta película exige una pasividad única en la comprensión: aceptar lo inexplicable para tolerar lo insufrible.

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