Pájaros de Verano (2019)
El dolor del canto.
El dolor de haber sido un país escenario de las guerras del narcotráfico adopta la forma de un lamento en Pájaros de Verano (2019) dirigida por Cristina Gallego y Ciro Guerra. Narrada en 5 cantos que anticipa la transformación de una comunidad y el porvenir de una inminente tragedia, el relato se sitúa a finales de los años ‘60 y abarca un lapso de un poco más de diez años, en un periodo crucial para la historia de Colombia: el comienzo de aquello conocido como “la bonanza marimbera”.
En el desierto del norte del territorio colombiano, lejos de los blancos y de los alijunas o no indígenas, habitan varias familias pertenecientes a la comunidad de los wayúu. Aún conservan las tradiciones y los valores de sus ancestros, y celebran los ritos de iniciación correspondientes a las distintas etapas de vida de sus miembros. En este contexto, Zaida cumple el mandatorio año de encierro luego de haber tenido su primera menstruación y cuando emerge al exterior ya como mujer, Rapayet clava los ojos en ella. Pero la dote que su madre Úrsula exige no es fácil de conseguir. A pesar de la obvia desaprobación de la matriarca de la familia, Rapayet se involucra en pequeños negocios ilegales hasta que cierra un trato de venta de marihuana con unos norteamericanos instalados en la región para combatir el comunismo. Y así, tanto su familia como otras familias wayúu se enredan en un conflicto sin fin y sin salida.
Pájaros de Verano retrata el choque entre mundos opuestos, entre aquellos que hablan dialectos distintos y aquellos que piensan que el resto del mundo habla la misma lengua. Pero más allá del enfrentamiento cultural, es un relato de pérdida de identidad porque las costumbres no son nada frente a las armas, ni pueden impedir la creciente violencia. Cuando la marihuana o la felicidad de un mundo foráneo se vuelve el negocio lucrativo de otros, el dinero solo equivale a poder. En esta nueva dinámica de avionetas y pistas clandestinas, las tumbas son para los rifles, las balas reemplazan las palabras y el honor tiene su precio en kilos.
Mediante elipsis temporales, o cortes bruscos de un determinado momento a años después, a los títulos que anuncian el porvenir de cada capítulo, los directores componen con angustia y desconsuelo una sinfonía donde cada canto suena distinto al otro, y cada uno pinta la fotografía de un color distinto, ya sea rojo, negro, o marrón. Las tradiciones de la tribu se entreteje con los negocios, en una puja entre los rituales y la sangre donde la narración prefiere omitir la balacera de los enfrentamientos armados, la deja fuera de campo, o abre el encuadre a un plano general abierto como si buscara marcar una distancia prudente para no convertir la violencia en espectáculo.
Pájaros de Verano es un presagio de la atrocidad resultante del narcotráfico que se instalaría en la región, es un grito desesperado que clama el recuerdo de aquellos valores consumidos bajo el fuego de los disparos entre los bandos criminales. Si el viento borra las huellas de la arena y también se lleva los sueños, quizás la tristeza solo pueda recordarse así, a través del canto de un pájaro.