Orsai

Orsai (2019)

En offside.

El personaje zonzo, pero con suerte, vuelve a las pantallas del cine paraguayo. Esta vez, se llama Rafa, un despensero que tras un error de su hermano, se entera que la despensa de su familia ha sido hipotecada, y, como no tiene abogado, recurre a un actor para que le enseñe a ser el mejor abogado. ¿Por qué? Porque quizás sea más fácil fingir ser otra persona, porque quizás sus habilidades como actor puedan salvarlo de la deuda (no me preguntes cómo), o quizás porque es la fórmula de auto proyección más absurda, un metepatas o un payaso, o quizás porque la historia de Orsai no tiene ni pies ni cabeza.

Ojo, se llama Orsai en referencia a la posición fuera de juego, pero no es una película de fútbol, salvo contadas escenas gratuitas en una cancha, o la innecesaria toma aérea de un estadio vacío y tres bombas que estallan a lo lejos. Pero es imposible hablar de la trama sin tener que revelar todo, porque cada cosa que sucede es tan inconexa con la otra que por la mitad de la película es aún difícil comprender hacia dónde se dirige la historia.

Lo cierto es que en medio del proceso legal, Rafa conoce a Claudia, una abogada capacitada pero reducida por los hombres que la rodean a sus meras apariencias físicas. Rafa olvida la deuda y entabla una relación con ella a pesar de que alientan a clubes distintos. ¿Cuál es la injerencia del fanatismo futbolístico en esta historia? Ninguna, porque así como la película navega entre abogados y payasos, cabos sueltos abundan: el chico fichado por su hermano que se muda a vivir con ellos cuando debe abandonar el club porque padece de un síndrome caracterizado por la desorientación derecha-izquierda; el hermano que cae siempre en negocios fallidos; y, un séquito de personajes circenses que se materializan cada tanto. Y cómo olvidar del ladrón que irrumpe una cena romántica solo para que Rafa pueda (por accidente) salvar la velada y pasar la noche con Claudia. ¿Quién come sus postres así?

Los supuestos giros en la historia se dan a través del diálogo. Me atrevería a decir que se habla más de lo que sucede; son infinitas las escenas con el juez donde se repiten una y otra vez las mismas palabras en diversas formas: papeles, documentos, acuerdo. Una vez más, limitemos a las mujeres que solo buscan un hombre “caballeroso”, que les compren flores y abran la puerta del auto.

Es que nadie está libre de mofas en Orsai. Desde el chico con discapacidad a la vecina que no pronuncia bien las erres, del nerd con anteojos que babea al hablar a la hermana interesada solo en trivialidades, los estereotipos derrochan de la pantalla, incomodan, y, lo peor de todo, es que causa risas en los espectadores. Dale, sigamos con las burlas, porque es más fácil menospreciar y reírse de aquello que es diferente que tolerar nuestras propias diferencias o respetar al otro.

Mención especial al personaje de Bernardo. Ya no estamos en los años ‘90 donde el alivio cómico de las películas del género se valían de un personaje masculino amanerado para provocar las risas, porque bajo las burlas se esconde la construcción de un estereotipo confinado de hombre homosexual. Los chistes con doble sentido no hacen más que cementar y reforzar un constructo limitado, a la vez que permite denigrar al otro.

Cuando hoy existe un movimiento mundial que intenta erradicar la violencia en el fútbol, la cena familiar de los Caballero y los Samimbi desemboca en una aparente pelea física cuando se descubre que en una misma mesa están sentados fanáticos olimpistas y cerristas. Un confuso corte a negro revela una herida en la frente de la abogada. ¿Qué sucedió ahí? No sabemos, pero sí podemos afirmar que hubo violencia.

Lo más terrible llega al final, en un gesto fortuito, que sucede otra vez en diálogo, cuando la madre de Rafa llama a Claudia y soluciona los problemas como si nuestro personaje fuera un niño incapaz de enfrentar por sí solo las consecuencias de sus propias acciones. Repito, no es una película de fútbol. Tampoco es una película de deudas y demandas. Y menos aún, es una película para niños, a no ser de que quieras explicarle por qué es simpático reírse de alguien que tiene discapacidades o es diferente por la razón que sea. En definitiva, Orsai queda en completo offside. Costumbrismo no es denigrar al otro.

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