Cesare deve morire (2013)
Arte para ser libre.
César ya murió y la película abre con la secuencia final de la obra de teatro Julio César. Bruto, incapaz de soportar el peso de sus acciones, ni mucho menos matarse, pide ayuda a uno de sus aliados para quitarse la vida y se abalanza sobre una espada. Su cuerpo inmóvil yace en el escenario, hasta que de pronto se levanta y hace una reverencia al público. Aplausos, sonrisas y abrazos. Parece un escenario como cualquier otro, pero pasado el saludo final, unos guardias suben a la tarima para escoltar a los actores. Estamos en una cárcel, y en la cárcel, desaparece el color de la fotografía.
Con andar pesado y resignación sobre los hombros, los tres protagonistas que encararon a los personajes de Casio, Bruto y César regresan a su celda. Aún no sabemos quienes son. Aún desconocemos lo que han hecho, pero de igual manera es posible sentirse enclaustrado por los fríos muros de hormigón y puertas de hierro que cierran con llave la sentencia de cada prisionero.
Este es solo el inicio de Cesare deve morire (2013). Estamos en Rebibbia, una prisión de máxima seguridad en Roma, donde un grupo de reos se prepara para llevar a las tablas la obra de William Shakespeare. Entre ellos, asesinos, traficantes y miembros de clanes mafiosos o de crímenes organizados. El relato se quiebra para volver al inicio de la producción de la obra con la llegada del director de teatro que conduce el casting necesario para seleccionar a los personajes. Y sobre los papeles asignados por el director, la condena asignada a ellos: veinte, treinta, cuarenta años, o incluso cadena perpetua. Pero el libreto de la obra por un instante pierde entre sus hojas el tiempo que les resta a cada uno.
Los hermanos Taviani registran cada instante de la producción desde el ensayo de las primeras lecturas del diálogo hasta la puesta en escena de la obra de teatro en un gesto cinematográfico que lejos de ser teatral, desdobla los barrotes de la ficción y la realidad. Pues existe una obra, sí, pero existe también la prisión y los hombres dentro de ella. Y existe una cámara que se aproxima a los personajes y transmuta el escenario de la prisión a las calles de la Antigua Roma. Decir que es un documental sería negar la ficción entramada en la historia. Decir que es ficción, sería negar el carácter real de cada uno de los hombres encerrados ahí.
Así como la ficción se inmiscuye con la realidad, la obra intercede en la cotidianidad de los prisioneros, quienes viven sus propios conflictos personales a través de sus personajes. A la vez, disputas irrumpen el parlamento y se solucionan en un proceso de representación casi terapéutico con dialectos italianos y bajo la curiosa mirada de los guardias, breves elementos que por fugaces destellos nos recuerdan dónde estamos. El discurso de Marco Antonio sobre el cadáver de Julio César con los convictos abarrotados sobre las ventanas de sus celdas transcurrió no en el patio de la cárcel, ni en el escenario de un teatro, porque el arte aquí excede al teatro y al cine: es libertad, emancipación e imaginación.